Oswaldo Díaz Chávez (*)
Elisa, niña limeña de nueve años, dijo frente a una pregunta que le realizaron sobre sus clases virtuales “antes no podíamos entender estas cosas porque estábamos en la escuela”. Preocupante frase que refleja la desconexión que existe entre el sistema educativo y la propia realidad de los estudiantes.
La opinión de la escolar se encuentra en un libro del psicopedagogo italiano Francesco Tonucci. El experto sostiene que los centros educativos tienen que darse cuenta qué funciona y qué debe cambiarse después de más de un año de pandemia, también piensa que “tener un buen docente debería ser un derecho fundamental de los niños”.
En el Perú, y en el mundo, además de preocuparse por tener profesores competentes, debe aumentarse el presupuesto para el sector, mejorar la infraestructura, aumentar la tecnología, reducir el índice de fracaso, permitir el acceso escolar a todos los estudiantes y aprovechar el error como oportunidad de aprendizaje.
Por su parte, la Unesco asegura que la educación es un derecho humano fundamental de las personas, desde hace 28 años nuestra Constitución Política ya no lo considera así. Esta es una de las razones de la mercantilización y proliferación de universidades y colegios construidos en cocheras, sin bibliotecas, con maestros mal remunerados o con fachadas de pantalla que simulan grandes edificios.
Ante este preocupante desafío, el papa Francisco afirmó, en el mensaje por el Pacto Educativo Global, que “educar es siempre un acto de esperanza”; por lo tanto, debemos escuchar la voz de los niños, adolescentes y jóvenes para fomentar la participación activa en su proceso de aprendizaje y deseen, ellos mismos, comprometerse con la vida de su comunidad y el mundo.
Asimismo, nos recordaba el Pontífice, una educación idónea no se mide “solamente por haber superado pruebas estandarizadas, sino por la capacidad de incidir en el corazón y dar nacimiento a una nueva cultura… Un mundo diferente es posible y requiere que aprendamos a construirlo”.
Con el Bicentenario a cuestas y el ingreso de un nuevo Gobierno tenemos la obligación de exigir cambios radicales y creativos para optimizar la educación en el país. Una de las medidas urgentes es mejorar la enseñanza en el ámbito rural y la otra, es tener una Secundaria de calidad que prepare para el trabajo y el ejercicio de una ciudadanía responsable, tan precaria en los últimos meses.
De igual manera, las autoridades tienen que comprometerse a mejorar la gestión, no modificar los planes cada cambio de ministro y erradicar la desconfianza hacia los profesionales de la educación. Los pedagogos permiten, con su compromiso y dedicación, el funcionamiento de las escuelas, aunque muchas de ellas todavía operen solo a través de la virtualidad.
El gran educador peruano Constantino Carvallo remarcaba la labor fundamental del docente ya que “el oficio desgasta y cansa porque alma y cuerpo se entregan al cuidado del prójimo, a la generosidad multiplicada, al combate gigantesco con uno mismo para entregar siempre lo mejor” pues no solo se brindan conocimientos, sino se escucha, se enseña la gestión de emociones, a respetar las normas, a saber perder y aprender a autoconocerse.
El sistema educativo puede cambiar; desde el hogar, con el fomento de la comunicación y el debate y desde los colegios, contemplando la diversidad social y cultural para entender que todos los seres humanos no somos iguales ni perseguimos los mismos objetivos. Enseñar y aprender con sentido para que los actuales niños y niñas no digan en el futuro “a cocachos aprendí…”.
(*) Periodista, presentador de Palabra de Café.
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