Hola, Mirko:
En tu columna de ayer (sábado) te preguntabas si la derecha reaccionaria que hemos visto emerger en estas semanas se convertirá en un actor permanente de nuestra política. Y agregabas que, si tal fuera el caso, “no habrá moderación o sensatez de Castillo que alcance para gobernar en paz”.
Estoy de acuerdo. Pero introduciría un matiz histórico. Castillo no sería el primer moderado al cual le hacen la vida a cuadritos. Es decir, estaríamos ante la radicalización del fenómeno más que ante su invención.
Aunque seguramente tú y yo convendremos en la pertinencia de un Castillo convocante —lo cual exige moderación programática—, también vale la pena formular la pregunta como Castillo y sus aliados deben plantearla: ¿A Ollanta Humala le valió de algo moderarse?
La repuesta es que no mucho. Aunque ratificó a Julio Velarde en el BCR, nombró ministros de economía a Miguel Castilla, (exviceministro de García) y luego a Alonso Segura (ex FMI, ex Banco de Crédito), y a pesar de que sus iniciativas se alinearon con mucho de lo que el sector privado pedía (bajar el impuesto a la renta, por ejemplo), nadie en la derecha le dio crédito a Humala.
Por el contrario, tanto para la convergencia aprofujimorista en el Congreso, como para el empresariado y sus talking heads mediáticos, Humala nunca dejó de ser un cachaco chavista, culpable de desacelerar la economía con su “tramitología” y hasta se celebró su abusiva cárcel preventiva.
Algo semejante se podría decir del paso por la alcaldía de Susana Villarán. Aunque hizo cuanto podía para demostrar que se trataba de una izquierda cercana a la iniciativa privada —y ahora queda claro que era una cercanía hasta la promiscuidad— la derecha compró kits para revocarla el día en que asumió el poder.
Esta década de antiizquierdismo militante, entonces, constituye el antecedente de nuestros flamantes reaccionarios. Ya habían demostrado su antipluralismo, pero Pedro Castillo, por una serie de razones, los convirtió en nuestros “camisas negras” autóctonos (y salvajes).
La principal urgencia política del país es, entonces, romper con este telón de fondo de la intransigencia. La única forma de lograrlo pareciera ser que, tanto la derecha como la izquierda, den protagonismo a actores razonables. Una mesa directiva congresal liderada por alguien ajeno al pleito crudo sería un buen primer paso. Todos deberían ser conscientes de que la mayoría de los peruanos no cree el embuste del fraude ni, menos aún, está dispuesta a repartir balazos en su nombre.
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