Las formas de portarnos están marcadas por la clase de vínculos que establecemos y por la autoridad que reconocemos en aquellos con los que identificamos como parte de nuestro entorno, sea este físico, emocional o simbólico.
En las sociedades jerárquicas, de muy variado tipo, la mirada de los considerados inferiores ejercen poca presión sobre el comportamiento de aquellos que tienen un dominio sobre los recursos de poder; los ojos de los subordinados poco afectan conductas de los que se sienten por encima de los demás.
En la Francia absolutista, Luis XIV recibía visitas mientras se bañaba y estaba desnudo; también cuando usaba el bacín para sus excreciones. Los nobles podían lucir su desnudez sin sentirse deshonrados ante sus servidores que los aseaban, los vestían y desvestían; es más, estos se sentían reconocidos al permitírseles acercarse al cuerpo descubierto de un superior. Al mismo tiempo, las personas dejan de mostrar ciertas partes del cuerpo o buscan controlar sus esfínteres cuando están ante alguien percibido como superior.
En el Perú de fines del siglo XIX Mercedes Cabello, en su novela Blanca Sol (1889), muestra a la protagonista enardecida por la ira, que la presencia de su sirvienta es incapaz de contener. Esta no tiene fuerza alguna, casi no existe, para conseguir que su patrona contenga sus emociones.
Los gamonales carecían de conflicto interior alguno al castigar físicamente a los siervos indígenas ante otros campesinos. Eran percibidos como inferiores durante los siglos previos a la reforma agraria de 1969 en nuestro país.
Hasta hace poco tiempo, padres o madres no han sentido remordimiento alguno en hacer explícitas sus preferencias por uno de su prole, hiriendo sensibilidades de otros que no recibían los mismos mimos.
En países como el Perú hay hombres (convivientes y o cónyuges) que no se inhiben de formar familias paralelas y clandestinas; finalmente, las mujeres y los infantes están por debajo de ellos.
Como escribía Norbert Elías hacia 1939: “Hay personas ante las que uno se avergüenza y otras ante las que uno no se avergüenza. El sentimiento de vergüenza constituye aquí claramente una función social y, en consecuencia, modela la estructura social”.
Así, la abierta distorsión de los medios de comunicación en el modo de informar (que no deja de ser una forma de engaño) y las incursiones de ciertas personas en el espacio público que mienten sin culpa, también señalan lo superiores que se sienten; y sin pudor alguno, un colocarnos a los otros como inferiores.
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