En 2003, en un Congreso Internacional en Santiago de Chile, presenté una ponencia en la que explicaba cómo los campesinos de Huanta, en Ayacucho, más conocidos como “iquichanos”, se alinearon con la facción liberal que promovía la apertura de puertos y mercados con Bolivia (Orbegoso y Santa Cruz), y en oposición al proyecto proteccionista que privilegiaba el comercio monopólico entre Lima y la costa norte y Chile (Gamarra), en la década de 1830. En lo político los “iquichanos” rechazaban el tributo indígena, abolido por las Cortes de Cádiz entre 1811 y 1813, y restablecido luego por Bolívar, lo que explica, en parte, su rechazo inicial a la república.
En la discusión, un conocido antropólogo peruano me preguntó, denotando incredulidad: “hijita, ¿cómo los indios quechuahablantes iletrados van a ser liberales?”. Para él, yo había dicho algo impensable. Mi respuesta, porque al parecer no bastaron las evidencias que presenté, fue: ¿por qué se piensa que una ideología con connotaciones usualmente positivas, como el liberalismo, tenga que ser patrimonio exclusivo de un grupo social, racial o lingüístico, en este caso, de las elites blancas ilustradas? ¿Racializar las ideologías no es incurrir en racismo?
El intercambio no pasó a mayores, pero nunca pude olvidar el episodio. Lo usé para ilustrar el arraigo de prejuicios y estereotipos en mi artículo “Tradiciones liberales en los Andes” (2004) y luego en “De Indio a Serrano: nociones de raza y geografía en el Perú” (2012). Como explico en este último, el uso de “serrano” como insulto y como sinónimo de “indio” no es de origen colonial. Durante la colonia, la sierra andina era más bien asociada a la riqueza, como centro que era de la producción de plata y mercados que interconectaban ciudades y pueblos; la sierra no estaba asociada a un único grupo racial o “étnico”. De hecho, en un cuadro que mandó pintar el virrey Amat en 1767, los “indios serranos” (una mujer, un hombre y su niño) eran representados como “civilizados”, es decir “tributarios”, industriosos y cristianos. Esta imagen cambió aproximadamente a partir de la segunda mitad del siglo XIX, cuando la actividad productiva nacional giró hacia la costa con el azúcar, el algodón y el guano. Es solo entonces que la “sierra” empieza a ser imaginada y estigmatizada como una geografía empobrecida, un “obstáculo para el progreso”, poblada únicamente por “indios”. Un adjetivo geográfico neutro, “serrano”, devino en un sustantivo y en un estigma: “indio”.
Tristemente, estos estereotipos y estigmas han resurgido con brutal violencia en estas elecciones para descalificar la opción política mayoritaria de la gente de la sierra que ha optado por el candidato Pedro Castillo, y a él mismo. Me topo con un artículo del antropólogo que me hizo la pregunta en Chile. Luego de casi dos décadas Juan Ossio no solo persiste en sus estereotipos sino que los proyecta imaginativamente a toda la historia del Perú. De acuerdo a su columna en El Comercio, (23 de abril, 2021), la sierra sería un lugar inmutablemente autárquico, encerrado en sí mismo desde los Incas, mientras la costa un espacio dinámico, abierto y mercantil. En un final surrealista llega a atribuir el surgimiento de Sendero Luminoso a ola de migraciones de la segunda mitad del siglo pasado, y al candidato Pedro Castillo el ser su adalid. Sí, ¡a alguien que como rondero combatió por años el terrorismo de Sendero!
Si la verdad es una exigencia ética para cualquiera, debería serlo más para un antropólogo que ha hecho de su supuesto conocimiento del “mundo andino” una carrera académica y como consultor. Pero el problema obviamente va mas allá de un individuo. La violencia verbal y las calumnias desplegadas por una elite limeña y sus medios contra Castillo y sus votantes surgen, creo, de saber que no pueden controlarlos. Estos “indios” y “serranos” no necesitan intérpretes para expresar su punto de vista. Pueden llegar a ser presidentes. Pueden hablar por sí mismos. Siempre lo han hecho. Pero una sociedad elitista, racista y encallecida no ha sabido y sigue negándose a escuchar.
ANTROPOLOGÍA ARCAICA
Historiadora y profesora principal en la Univ. de California, Santa Bárbara. Doctora en Historia por la Universidad del Estado de Nueva York, con estancia posdoctoral en la Univ. de Yale. Ha sido profesora invitada en la Escuela de Altos Estudios de París y profesora asociada en la UNSCH, Ayacucho. Autora de La república plebeya, entre otros.