Si hubiese querido escribir este texto hace unos días atrás, no hubiera podido. Me sentía demasiado afectado, golpeado, torpe y a punto de tirar la toalla. Esta enfermedad tiene eso, no solo desata una serie de desperfectos en tu cuerpo, también va minando tu fuerza de voluntad. Y eso que mis amigos de infancia saben que desde chico fui atrevido, peleador, no era de retroceder pese a haber sido muy flaco y chiquito. Pero un día despiertas con este virus adentro y te quita la valentía. Amaneces y parece que te hubieran apaleado toda la noche y los músculos parecen estropajos, con dolores que no tienen orden, tiempo, lugar, un rato te punza un punto en la cabeza al extremo y desaparece, otro un ojo te presiona y en cualquier momento el malestar se va, otro la nariz se entumece, un oído te duele, la garganta te castiga, los escalofríos, así todo aparece por partes o en conjunto... y va y viene. Pero encima y lo más curioso es que te lleva, en la soledad de tu habitación donde pasas la cuarentena, a una desconcertante depresión natural, biológica, que te hace preguntarte por el valor de la vida, de tu vida, de si realmente sirvió para alguien o para algo lo que hiciste, si tus sueños de justicia e igualdad avanzaron algo en tu país, tu sociedad, si hay un mundo mejor o peor para tus hijos, si hiciste lo correcto para ellos, etc... Una depresión por la raza humana toda, pues se te suman guerras, vilezas, miserias a lo largo de la historia. Te nace una desazón monumental. Te devasta. Te ofusca. Te liquida. Yo estuve así. Con la saturación muy baja, la fiebre alta y el miedo bailando por allí, hasta que mi doctor decidió cambiar de estrategia y ahora aquí estoy, recibiendo por las venas no sé cuántos medicamentos y atado las 24 horas a un concentrador de oxígeno que me ha ayudado a mejorar. Tuve la suerte también de contar con el apoyo de mi empresa, La República, que me ayuda con médico y equipos, de contar con compañeros, amigos, hermanos, de este diario, que me han dado diversos aportes, empezando por el director Gustavo Mohme, el gerente Rubén Ahomed, el subdirector Carlos Castro, queridos colegas como Ernesto Carrasco, Inés Flores, Maria Elena Castillo, Roberto Ochoa, Enrique Patriau, Ricardo Cervera, Carlos Contreras, Ángel Páez, y tantos otros. Y un aporte muy importante: los mensajes de los amigos del barrio, el colegio, la universidad. Todo eso le ha puesto un alto a este bicho salvaje que casi me tumba, me derrota física y mentalmente. Pero que nunca contó que se enfrentaría a tanto cariño de los míos.
Estudios de Comunicación Social y Periodismo en la Universidad Mayor de San Marcos. Redactor en suplementos Domingo, Rojo y Blanco (regionales), VSD de La República. Editor de Espectáculos en La República. Reportero de deportes en El Gráfico Perú. Editor de Sociedad y Especiales en La República. Coeditor de Política en La República.