Parientes y creencias

“Es de lamentar que el candidato contra la corrupción y su entorno partidario sean tan reacios a tratar con consideración la violencia de género; soslayarla es no darles importancia a las mujeres”.

Pienso que un síntoma de lo irresuelto que somos y que hace casi todo cuesta arriba es la violencia contra las mujeres en el Perú, en sus múltiples formas y en sus cifras espeluznantes; agudizadas e insuficientemente atendidas durante la pandemia. Sin embargo, tal barbarie se diluye en las incursiones públicas de los candidatos a la presidencia y sus entornos. ¿Manifestación de qué es semejante menosprecio? De hecho mucho que se ha barrido bajo la alfombra en estos 200 años de ejercicio torpe y violento de república, donde la agresividad masculina ha reinado.

Fujimori ha preferido —aunque con la soga al cuello es problemático hablar de opciones— ignorar asuntos relativos a los derechos de las mujeres. Ni siquiera ha podido apelar al hecho de que su padre creara el Ministerio de la Mujer como para cosechar electoras. Pero que aquel sea responsable de una política macabra que esterilizó a miles de mujeres sin su debido consentimiento, atropellando derechos y cuerpos, no solo se lo impide, sino que se vuelve contra ella. Se nota aquí, como en otros terrenos, su condición de hija, y no de ciudadana autónoma; su impronta familiar de la que es imposible deshacerse. Haga lo que haga es una hija. La define su pertenencia al clan, a la lógica del parentesco que ha marcado nuestro país, que ahoga lo público y daña a las mujeres; como lo hace en cualquier parte del planeta donde impera. Y ocurre que la racionalidad de la sangre es de lo que se nutren los clientes.

Por otro lado, es de lamentar que el candidato contra la corrupción y su entorno partidario sean tan reacios a tratar con consideración la violencia de género; soslayarla es no darles importancia a las mujeres. Aunque le incomode, le dé nervios o no entienda (porque no quiere cuestionarse sus privilegios de género, como la inmensa mayoría de los hombres en el Perú) el término de marras; aunque su religión se lo prohíba, literalmente, podría referirse por lo menos a las desigualdades entre hombres y mujeres, y cómo estas incuban injusticia y violencia. ¿No ha visto acaso en su experiencia como maestro, en las aulas, las desventajas de ser niña? Es urgente que maestros y maestras empiecen a notarlas, de eso trata el enfoque de género.

Que Castillo no esté de acuerdo con el matrimonio igualitario, entre otras cosas, debe llevarlo a debatir políticamente, y no desde sus creencias personales, ese tema y otros. Las creencias religiosas pervierten la polis. Y eso es lo que lo hace ver “la familia” en un país donde existen tantas formas de hogares y a los que casi ninguno ha llegado el cuidado del Estado.

En el último debate técnico, Avelino Guillén de Perú Libre se refirió (¡vaya!) a las 133 mujeres víctimas de feminicidio en el último año; volvieron a existir. Ojalá les importe en serio.

La República

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