La campaña electoral no girará sobre el eje populismo/antipopulismo, sino sobre una plataforma más incierta donde los elementos decisivos serán la reactivación, la cooperación política y la pandemia. Se elegirá entre dos alternativas solo en la segunda vuelta y es probable que estas no sean necesariamente antagónicas. Como en las elecciones del 2016, podrían ser adversarias, pero no muy distintas.
El reciente pronunciamiento de Keiko Fujimori (KF) contra el populismo es una posición adelantada; los jugadores no han salido a la cancha, pero vale porque alude a las grandes líneas de la agenda electoral. En los códigos de la política peruana, esta referencia significa la asunción -o reiteración- de una identidad conservadora y neoliberal, una reafirmación del Yo populista del fujimorismo. Como el populismo, el neoliberalismo existe, aunque es menos ambiguo que aquel.
El término populismo se ha distanciado del que aludía a sus primeras expresiones en el siglo XIX. El movimiento y la palabra misma que lo designaba se han transformado. Por suerte, en los últimos 20 años se experimenta un auge de los estudios del populismo, como respuesta su uso recurrente y peyorativo. Para la derecha, la palabra expresa generalmente un insulto más que un concepto.
En América Latina los estudios son notables, dos entre los más conocidos, el de Laclau (2005) y el de Rovira y Mudde (2017). Uno de los mapas más interesantes, sin embargo, corresponde al profesor Claudio Riveros, que ha sistematizado los estudios del populismo ordenándolos hasta en seis enfoques: 1) el macro sociológicohistórico, que lo explica como una transición a la modernidad o como un modelo socio-económico; 2) el relacional, que concibe el fenómeno como un estilo político; 3) el institucionalista, que lo entiende como una estrategia de poder; 4) el economicista, que opone populismo a una economía de libre mercado; 5) el enfoque ideológico, que lo expone como una ideología maniquea; y 5) el enfoque político-discursivo, que entiende el fenómeno como una lógica discursiva (Riveros, 2018).
Estas guías analíticas pueden agregarse de modo que, tratándose del fujimorismo, podría adjudicársele más de uno de los enfoques nombrados. Este señalamiento no es descabellado tanto para cuando fue gobierno como mayoría legislativa. Si la discusión es seria y rigurosa, puede anotarse que el fujimorismo fue en las últimas décadas una expresión potente del populismo en el Perú.
Por lo mismo, la toma de posición de Keiko Fujimori es un código de acceso al debate público. Es un preanuncio de su candidatura presidencial y la notificación de que esta defenderá el llamado modelo económico vigente -lo que queda de él-, asumiendo el activo y el pasivo, el fujimorismo total, en un esquema articulado con lo político, una apuesta de la derecha neoliberal en las elecciones, con fuertes mensajes populistas, paradójicamente.
Qué duda cabe de que, considerando los procesos judiciales de los que es objeto Keiko Fujimori, es también una estrategia electoral para despersonalizar su campaña, una reinvención electoral, un llamado a votar por su programa y no por ella necesariamente, el intento de construir una nueva polarización, populismo/antipopulismo, distinta a la de fujimorismo/antifujimorismo, y un esfuerzo por reordenar la derecha, aquejada por sobrepoblación de opciones.
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