Marisa Godínez, mirada hereje
Madres tristes, niñas solitarias, mujeres sin boca, el universo de la pionera del dibujo feminista en el país regresa esta vez con La niña no mirada, una serie de ilustraciones inspiradas en su infancia, que no fue feliz.
Está triste. Una mujer sostiene de la mano a una niña. Es la madre y ella, su hija pequeña que está molesta. Ambas llevan vestidos con estampado de flores muy parecidos al papel tapiz de la pared y a las cortinas. Parece que se funden con los adornos. Parecen parte del mobiliario de la sala.
Cortina (2018) es uno de los dibujos de Marisa Godínez que ha sido reproducido a gran escala en la galería Luis Miró Quesada Garland, de Miraflores, donde por estos días la artista exhibe La niña no mirada, una colección de medio centenar de sus dibujos hechos entre 2017 y 2021.
La mirada molesta de la niña del vestido de flores se reproduce en varios dibujos. Aunque también se la ve triste y llorosa como pidiendo auxilio. La madre también aparece en varios retratos con misma mirada de resignación. Con esta muestra Godínez, de 71 años, ha viajado a su infancia, como quien ingresa en un sótano oscuro, prende la luz y se enfrenta a los conflictos que tenía con su madre.
“Yo no he tenido una infancia feliz, muchas veces me sentí una niña a la que no escuchaban, ni miraban. Mi madre quería a su lado una niña que no diera mucho trabajo, un modelito de muñequita. Tuvimos una relación muy complicada”. La artista cuenta que se reconcilió con ella ya fallecida. Entendió que también había sido criada por una madre que no tuvo tiempo para ella: “Mira cómo repetimos los roles”.
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La producción de Godínez –quien reaparece en la escena del arte con La niña… tras casi veinte años de silencio– está volcada a las relaciones femeninas. Se ven madres tristes, niñas que se esconden, mujeres sin boca que sostienen peces muertos como si fueran secretos, mujeres atadas a los pies de la virgen María, embarazadas con los ojos velados.
Trazos. En Cadete (2018) representa la relación con su padre. Foto: Antonio Melgarejo/La República
“Tengo la convicción de que a las mujeres nos encasillan en roles antes de nacer. La maternidad muchas veces es impuesta y reforzada con esta imagen de la virgen, y no todas tenemos la capacidad de ser madres. Hay que pensarlo bien porque todo niño tiene derecho a ser deseado, hay que dedicarle tiempo, mirarlo, no deben venir al mundo por accidente”.
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Godínez es una pionera del dibujo feminista en el país, y la historia de sus inicios en la tinta china es muy particular. Era ella una ama de casa que había estudiado artes plásticas en la universidad, pero tuvo que renunciar a su carrera para dedicarse a lo que, según la sociedad de los años setenta, le correspondía: el matrimonio.
Con dos hijos y las labores de la casa sobre sus hombros no pudo pintar, hasta que su esposo, un artista gráfico, la contactó con la revista política “Monos y Monadas”, donde publicó sus primeras viñetas en las que volcó toda la amargura con la que veía la vida doméstica.
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“Allí me dijeron que lo que hacía era humor negro, y que cómo era posible que dibujara cosas tan ‘terribles’ si yo era tan ‘simpática’”, declaró para Búmm, historietas y humor gráfico en el Perú (1978-1992).
El feminismo
La artista no se había acercado aún al feminismo hasta que entró a laborar a la oenegé Flora Tristán, donde estrenó su militancia y la producción de material artístico pedagógico. Hacía historietas para concientizar a las mujeres de los pueblos jóvenes desde la violencia de género hasta el amor propio. Lo hizo por casi veinte años.
Godínez confiesa que, si bien se formó para pintar en lienzo, eligió el estilo de la plumilla por fines prácticos, era mamá, no tenía espacio ni tiempo para montar un estudio y abstraerse en él. La plumilla y el papel canson, los materiales más humildes, fueron sus fieles servidores, y los ha retomado para volver con La niña. Así, la veterana artista nos regala su peculiar mirada, más sabia y compasiva.