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Domingo

Liberato Kani, el regreso del rapero quechua

Ricardo Flores, conocido como Liberato Kani, canta rap en quechua para impulsar la defensa y la reivindicación de esta lengua indígena. Egresado de La Cantuta, donde estudió Historia, acaba de lanzar su segundo disco, Pawaspay, descrito como la revolución del movimiento urbano andino.

–Yo no le pido mucho a la vida porque me preparó para las cosas, y mira que he pasado varias cosas.

Ricardo Flores Carrasco iba a cumplir nueve años cuando quedó huérfano de madre. Era 2003 y en casa, además, había estallado una crisis económica que obligó a vender el taller de confección –la familia fabricaba mochilas y prendas– y él debió dejar San Juan de Lurigancho para refugiarse, junto a su abuela, en la comunidad de Umamarca, Apurímac. Lima era un recuerdo que lo diluía en llanto, una herida incontenible, el epicentro de una tragedia que lo convirtió en ese chico tozudo y contestatario que sanó sus heridas con música.

En una casita con tejado, al pie de los apus, Ricardo aprendió el quechua mientras continuaba la primaria. “Pensar en quechua es otra vaina, hermano”, dice ahora, desde Andahuaylas. En los fines de semana despertaba al amanecer y pastaba el ganado o ayudaba en la chacra. También aprendió la reverencia a la cordillera y las lagunas, las leyendas del ande, supo por primera vez de José María Arguedas. Esas vivencias inspirarían sus canciones tiempo después, cuando devino en cantante de rap en quechua.

El día en que Ricardo Flores Carrasco volvió a la capital, a los trece, las cosas no habían cambiado demasiado. Para contribuir a la bolsa familiar, le tocó salir a vender marcianos y palomitas de maíz, o trabajaba como jalador de buses. La música no era una posibilidad, a pesar de que en casa se inculcaba: sus padres cantaban toriles y huaynos. La música no lo había encontrado aún hasta esa mañana en que sonó el timbre del recreo.

–¿Has visto esos chicos que salen disparados cuando suena rrriiinnnn? Ese era yo –dice–, pero ese día me quedé quieto en el aula porque vi a unos compañeros rapeando. Uno hacía un beatbox bien monse y el otro improvisaba. Allí conocí el hip-hop. Fue alucinante y chistoso porque me enganché. No sabes cómo me enganché. Tuvo que pasar un año para que empezara a escribir mis primeras canciones.

Escribía en hojas sueltas. Sus primeras líneas hablaban del barrio, de la superación, del contexto político; sus primeras líneas drenaron la amargura de la pérdida y el duelo. De aquellos días, Ricardo solo conserva un tema, ‘El adiós de una madre’. Es el único de su carrera musical que está en castellano e intacto porque planea desarrollar su tercer álbum en homenaje a Teodora, la mujer de su vida.

–Por eso digo que la música me hizo sentir más libre, me devolvió un poco de alegría, hizo que no me sintiera tan solo.

Con la adrenalina en efervescencia, Ricardo Flores Carrasco conformó la agrupación Quinta Rima junto a unos compañeros de clase. Por las tardes se preparaba en la academia –quería estudiar Ingeniería Ambiental o Agronomía, pero finalmente se decidió por Historia–, y al terminar, subía a cantar en los buses. Cantaba sus temas en quechua. Se sabía invencible gracias a ese canto. El 2015 fue un año prometedor: tomó camino como solista y decidió llamarse Liberato Kani en honor a la libertad y la transgresión. Despuntaron los conciertos y presentaciones. Cobró su primer sueldo. “Y fue impactante porque esa fue la primera vez que me daban algo de dinero por la música, por mi música”.

Fotografía: Dommo Plataforma Cultural

Fotografía: Dommo Plataforma Cultural

Su primer álbum, Rimay Pueblo, llegó al año siguiente: constó de once temas, y con él, su carrera despegó en la región. También viajó a Alemania, España, Estados Unidos, Cuba, Guatemala y Chile. Apareció en medios como El País de España y The New York Times.

–El primer álbum fue la búsqueda de mi camino musical –dice Ricardo–. Agregué vivencias, recuerdos, contexto político. El movimiento de rap underground estaba bien fuerte en ese momento. Eran temas con mensajes contestatarios.

Además, había uno inspirado en la energía de los danzantes de tijeras en homenaje a Lourdio, su padre, uno de ellos, a quien conocían como el Picaflor de Umamarca.

–Era mostrar cómo seguimos resistiendo culturalmente en el presente. De hecho, eso trajo algunas respuestas. Pero no quiero entrar en temas académicos ni estoy tergiversando la cultura. Simplemente soy libre con el quechua. Me da rabia que se lo vea como algo exótico o que termine en una vitrina como un tema de estudio y nada más.

Por eso, estudió Historia y egresó hace poco, en plena pandemia, cuando alistaba su segundo álbum y le avisaban de la cancelación de viajes y conciertos: cuando pensaba dejarlo todo porque la industria se tornaba insostenible.

–Pero soy resistencia –dice Liberato Kani–. Me ha salido una coraza ante los problemas o una piel curtida por la constancia.

* * *

El martes por la mañana suena el teléfono. Dice: “Wayqicha, aquí estamos activados con full huaynito”. Llueve en Andahuaylas. Después de pasar casi un año confinado y solo en su casa de SJL, Liberato Kani ha decidido mudarse a esa ciudad de Apurímac donde vive su familia. Desde allí trabaja y contesta entrevistas a propósito del lanzamiento de Pawaspay, su segundo álbum. Es la reunión de diez temas que escribió entre 2018 y 2019, entre giras y noches de desvelo, y los guardó con la idea de publicarlos inicialmente en julio de 2020, pero el virus torció el destino. Canceló viajes, festivales y shows que incluían músicos en vivo y danzantes de tijeras en algunas ocasiones.

El padre de Liberato Kani fue un danzante de tijeras.

El padre de Liberato Kani fue un danzante de tijeras.

Estaba a punto de renunciar en medio de una industria paralizada hasta que llegaron dos proyectos: el portal OjoPúblico le propuso componer y grabar una canción contra la epidemia de la desinformación, y Huwan Yunpa, una organización que promueve la lengua y la cultura andina, respaldó el financiamiento de su nuevo proyecto musical. De esa apuesta ha surgido una producción que evidencia su evolución musical, un magma de sonidos que encumbran el ‘flow quechua’ y comprueban, sobre todo, que Liberato Kani se encuentra en el cénit de su carrera.

Pawaspay es un disco rebelde –ríe detrás del teléfono–. Fue una lucha constante porque surgió en medio de imposibles. Es una demostración de que el quechua suena bien mediante historias, recuerdos, poesía y fiesta. Que la revolución del movimiento urbano andino está imparable.

De pronto, la industria ha encontrado cierta estabilidad. Hay planes para realizar conciertos virtuales y colaboraciones con otros artistas. Liberato Kani ahora quiere consolidar su carrera en toda Latinoamérica. Es el joven de 27 años que esta mañana mira la lluvia andina bajo las melodías de un huayno, el chico que no deja de sorprenderse con la Andahuaylas de su infancia.

–Aquí llueve como si el cielo se cayera, hermano, pero después todo se calma de un chasquido –dice desde el vano de la ventana–. Después siempre te abrasa el sol.