Viaje al universo Miyazaki
El lanzamiento de las 21 películas del aclamado Studio Ghibli en la plataforma Netflix –en abril llega el tercer lote de joyas– nos sirve de pretexto para revisitar la obra – ecologista, feminista, universal– del maestro del anime japonés: Hayao Miyazaki.
Cuando Netflix anunció, a inicios de enero, que incorporaría a su catálogo la filmografía completa de Studio Ghibli, la aclamada productora de animación japonesa, millones de personas en el mundo recibieron la noticia con alegría y nostalgia.
Nostalgia por volver a ver algunas de las obras maestras de la animación universal, como El viaje de Chihiro (2001), Mi vecino Totoro (1988) o La princesa Mononoke (1997). Y alegría porque podrían compartir esas historias con sus hijos, sobrinos o hermanos pequeños, aquellos que solo conocen de la animación por las cintas de Pixar.
Y aunque en ese catálogo de 21 películas hay obras de distintos directores, los fanáticos celebraron, sobre todo, la oportunidad de redescubrir las historias que creó el fundador y emblema del estudio, Hayao Miyazaki, considerado uno de los más importantes directores de animación de la historia.
Miyazaki ha dirigido 11 películas (y tiene una decimosegunda en producción) y cada una de ellas es una pequeña joya de artesanía, sencillez y sensibilidad que deja una marca profunda en el corazón del espectador.
Desde sus primera cintas, como Nausicaä del valle del viento (1984), quedaron claros algunos de su sellos distintivos. Por ejemplo, su exquisitez visual. Y las características de sus protagonistas. Muchas de ellas mujeres. Independientes. Audaces. Poderosas.
Mujeres audaces
“Muchas de mis películas tienen protagonistas femeninas, chicas valientes y autosuficientes que no lo piensan dos veces para pelear con todo su corazón por lo que ellas creen. Ellas necesitarán un amigo o un secuaz, pero nunca un salvador. Una mujer es tan capaz como cualquier hombre de ser un héroe”.
Con esas palabras, Miyazaki resumió hace años las características de sus protagonistas. Lideresas como Nausicaä, guerreras como San (Mononoke), rebeldes como Ponyo e independientes como Chihiro.
Cualidades muy alejadas de las clásicas princesas de Disney, que suelen ser salvadas por un príncipe azul. Ni San ni Chihiro necesitan ser salvadas por un hombre; ni siquiera Satsuki y Mei, las hermanas protagonistas de la entrañable Mi vecino Totoro (1998). Lo sorprendente de esto es que Miyazaki desarrolló estos personajes en una sociedad machista como la japonesa, donde la mujer cumple un rol más vinculado al hogar.
Otro rasgo de su cine es su compromiso con la preservación de la naturaleza, que sufre la acción del hombre ya sea por la contaminación (Nausicaä...) o por la depredación de los bosques (Mononoke) o de los mares (Ponyo y el secreto de la sirenita).
Este compromiso ecologista es representado también por los “espíritus del bosque”, como Totoro o los kodamas, personajes que acompañan a las protagonistas en sus peripecias.
Miyazaki ha sido claro en señalar que él no pretende dar lecciones a los espectadores. Solo mostrar la realidad; la crudeza del daño que le infligimos a la naturaleza todo los días. Un discurso sorprendente porque viene siendo transmitido desde los años ochenta, mucho antes de las evidencias del cambio climático, del “Fenómeno Greta” y de que las preocupaciones ambientales aterrizaran en la agenda de los poderosos.
La exhibición de las obras de Miyazaki –y de todas las del Studio Ghibli– comenzó en febrero con un primer paquete de cintas en las que destacaba Mi vecino Totoro y Porco Rosso (1992). En marzo llegaron El viaje de Chihiro, Nausicaä del valle del viento y La princesa Mononoke. El 1° de abril estará disponible el tercer lote de siete películas, en el que se puede encontrar gemas como Ponyo y el secreto de la sirenita, El castillo ambulante y El viento se levanta, la última de sus obras hasta el momento. (O. M.)