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Opinión

La disfunción de la ONU socava la seguridad mundial, por Diego García-Sayán

Una guerra mundial hoy en día podría suponer el fin de la humanidad, pero los Estados capaces de reducir los riesgos nucleares están ampliando sus arsenales y erosionando el tabú del uso de las armas nucleares mediante amenazas apenas veladas.

GS
Diego García-Sayán 28-06

Argumentan Ban Ki-moon y Helen Clark en The Economist*

La organización no debe ser rehén de unos pocos Estados poderosos es la tesis medular. Casi un grito de ¡socorro! Para que, ¡al fin!, se exprese lo que muchos en el mundo sienten —¿sentimos?— cuando las correlaciones de fuerzas impiden que funcione el Consejo de Seguridad y que prevenga —o pare— agresiones como las que ha visto —sufrido— el mundo en las últimas semanas.

Poniendo “a prueba” la fuerza moral

Cuando se firmó la Carta de las Naciones Unidas, hace 80 años esta semana, el presidente Harry Truman destacó que el valor del documento residía únicamente en la voluntad de los gobiernos de utilizarlo. «La tarea», dijo, «pondrá a prueba la fuerza moral y la entereza de todos nosotros».

Quizás eso era más evidente en 1945. Hoy en día, parece que hemos olvidado lo que se necesita para que el multilateralismo funcione, y por qué. Optar por la paz en lugar de la guerra puede parecer obvio. Pero hicieron falta dos guerras mundiales para llegar a un acuerdo sobre cómo mantener esa paz.

En la posguerra, los países ejercieron su fuerza moral, en mayor o menor medida, para cooperar en la construcción de un mundo mucho más pacífico, seguro, próspero y respetuoso con los derechos humanos. Ese mundo dista mucho de ser perfecto, pero se han logrado grandes avances.

Los conflictos continúan, pero no ha habido una tercera guerra mundial. No se ha utilizado ningún arma nuclear en un conflicto desde 1945. Incluso en el punto álgido de la Guerra Fría, los países se unieron para erradicar la viruela. En 1987 se adoptó el Protocolo de Montreal, que revirtió la destrucción de la capa de ozono. Las iniciativas multilaterales han contribuido a reducir en un 60 % el número de niños que mueren antes de cumplir los cinco años desde 1990. La promoción y la protección de los derechos, en particular los de las mujeres, que tanto ha costado conseguir, han transformado vidas en todo el mundo. Y, más recientemente, en 2015, los Objetivos de Desarrollo Sostenible y el Acuerdo de París sobre el clima establecieron agendas para acabar con la pobreza de una vez por todas y proteger el planeta.

Retirándose de la cooperación

Estos logros merecen ser celebrados. Sin embargo, nos encontramos en una coyuntura en la que celebrarlo resultaría absurdo. La ONU está cayendo en la disfunción, ya que algunos de sus defensores tradicionales, en particular Estados Unidos, se retiran de la cooperación multilateral, recortan la financiación y hacen caso omiso del Estado de derecho cuando les conviene.

La ausencia de la «fuerza moral» de Truman es más evidente en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Debido, en gran parte, al veto de sus cinco miembros permanentes, el Consejo no ha logrado evitar muchos conflictos a lo largo de las décadas. Peor aún, sus miembros permanentes han participado directamente en varios de esos conflictos, desde Irak hasta Ucrania y más allá. Hoy en día, el Consejo se encuentra paralizado para impedir el genocidio en Gaza. Se enfrenta a una nueva prueba en su respuesta a la crisis entre Israel e Irán.

Opinión deteriorada

No es de extrañar que la opinión pública mundial sobre la ONU se esté deteriorando. Habiendo servido a la organización en sus más altos niveles, comprendemos estas preocupaciones. Sabemos que la ONU necesita una reforma y sabemos lo difícil que puede ser. Pero sus críticos más acérrimos son, a veces, quienes más dificultan tanto su eficacia como su reforma: sus Estados miembros.

Somos muy conscientes de la excesiva dependencia de la ONU de los Estados poderosos, cuyas consecuencias son devastadoras. Esto es tan cierto en el caso del desarrollo sostenible o los derechos humanos como en el de la paz y la seguridad. El mundo debe aprovechar este momento de crisis para reorientar la ONU, alejándola de las preferencias de una minoría y orientándola hacia un mejor servicio a todos los Estados. La organización no tiene por qué ser rehén de unos pocos países, especialmente de aquellos que se niegan a pagar sus cuotas o no acuden a las reuniones.

Logros

De hecho, hay muchos logros recientes que demuestran que se pueden alcanzar acuerdos internacionales con o sin determinados países. El mes pasado, la Asamblea Mundial de la Salud adoptó un histórico «Acuerdo sobre las pandemias», una muestra de determinación de los gobiernos comprometidos con la cooperación multilateral (que siguen siendo la mayoría).

La Organización Mundial de la Propiedad Intelectual ha adoptado dos tratados en el último año, tras décadas de obstruccionismo. En noviembre se aprobó finalmente una resolución que allana el camino hacia un tratado mundial sobre los crímenes contra la humanidad, a pesar de los repetidos intentos de Rusia por descarrilarlo. El Pacto para el Futuro, encierra un enorme potencial para la acción multilateral en cuestiones que van desde la gobernanza de la inteligencia artificial hasta el clima.

El Consejo

Quizás lo más urgente es que, en los últimos años, se ha ido ganando impulso a la reforma del Consejo de Seguridad, con el Pacto para el Futuro, que compromete a los países a su ampliación, un proceso que debe ser liderado por la Asamblea General, y no por el propio Consejo. La ampliación exitosa del Consejo en la década de 1960 demuestra que la reforma es posible.

Paralelamente, la Secretaría de las Naciones Unidas debe recuperar su papel fundamental en la mediación de crisis. Los Estados miembros deben apoyar este papel, en lugar de aceptar una situación de libre competencia en la que las potencias regionales y mundiales establecen las condiciones de los acuerdos políticos. Hay mucho en juego. Una guerra mundial hoy en día podría suponer el fin de la humanidad, pero los Estados capaces de reducir los riesgos nucleares están ampliando sus arsenales y erosionando el tabú del uso de las armas nucleares mediante amenazas apenas veladas.

También creemos que el próximo secretario general de las Naciones Unidas debe ser una mujer. La sucesión continua de hombres en la cúpula es contraproducente para lo que la organización pretende lograr. El reparto del poder y la responsabilidad entre hombres y mujeres es fundamental para un futuro estable y unido.

Además de una reforma significativa de la ONU, existe un amplio apoyo a la transformación de la arquitectura financiera internacional. Es urgente considerar una reforma fiscal mundial equitativa, el alivio de la deuda agobiante y nuevos enfoques para la financiación de los bienes públicos mundiales.

Las razones para mejorar la ONU son evidentes. Pero un proceso de reforma apresurado, impulsado por recortes de financiación motivados por el rechazo ideológico a los principios de la ONU, no mejorará la organización ni el mundo.

Como dijo el segundo secretario general, Dag Hammarskjöld, la ONU «no se creó para llevarnos al cielo, sino para salvarnos del infierno». Nació del anhelo mundial de contrarrestar el autoritarismo destructivo. No es de extrañar que, en el mundo actual, algunos líderes quieran ver a la ONU de rodillas y deshacerse de lo que consideran las tediosas restricciones del Estado de derecho. Para otros, este es un momento que exige su fuerza moral y su entereza. Sin ella, corremos el riesgo de un mundo de poder sin control, conflictos sin precedentes, represión, enfermedades, hambrunas y pobreza, un mundo que sería irreconocible incluso para Truman en 1945.

* Ban Ki-moon fue secretario general de las Naciones Unidas entre 2007 y 2016. Helen Clark fue primera ministra de Nueva Zelanda de 1999 a 2008 y directora del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de 2009 a 2017.

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