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Opinión

Un mes en casa

Aquello que nos permite seguir adelante es nuestra inagotable capacidad de adaptación.

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emos cumplido un primer mes de cuarentena aprendiendo a acomodarnos a las nuevas condiciones de vida; resignando nuestra independencia en favor de nuestra salud; restringiendo nuestros movimientos a los confines de nuestra casa; sosteniendo reuniones de trabajo, clases y fiestas a través de las pantallas de nuestras computadoras; sobrellevando las inevitables tensiones por la falta de distancia física y psicológica con las personas que más queremos; convirtiendo esas breves escapadas a la bodega, la farmacia o a pasear a nuestra mascota en bocanadas de aire fresco, aventuras donde antes estaba lo cotidiano, lo aburrido, lo obligatorio. Se viene imponiendo la sensación de que hemos cruzado una frontera y comenzamos a asumir esta situación —que hace unas semanas nadie imaginaba, era poco menos que una posibilidad apocalíptica— como la nueva normalidad.

La reclusión no está en la naturaleza del hombre, que, como estamos confirmando, tiene en su libertad uno de sus bienes más preciados. Al contrario, cuando somos obligados a permanecer confinados y no podemos movernos con autonomía sentimos como si hubiéramos perdido un trozo de nuestro organismo, como un brazo o una pierna.

Aquello que nos permite seguir adelante es nuestra inagotable capacidad de adaptación. En estos días se han repetido los ejemplos de confinamientos extremos, despiadados, asfixiantes, que pueden servirnos como consuelo o como ejemplo de tenacidad y templanza. Si comparamos la nuestra con otras experiencias de encierro y aislamiento, incluso con la economía familiar desplomándose, resulta claro que perseveraremos y saldremos adelante.

Está el caso de Nelson Mandela, que pasó 18 de sus 27 años de reclusión cumpliendo trabajos forzados en la cantera de cal de la prisión de Robben Island, donde dormía en una pequeña celda (casi una pajarera) sin colchón. Ahí fue donde acuñó una de sus frases más famosas: «La celda es el lugar idóneo para conocerte a ti mismo».

Mandela soportó este confinamiento inspirado en el ejemplo de Ana Frank, que durante dos años y medio compartió con otras siete personas un estrecho apartamento camuflado en la trastienda de una fábrica de Ámsterdam, donde escribió su famoso diario: «Mientras puedas mirar al cielo sin temor, sabrás que eres puro por dentro y que, pase lo que pase, volverás a ser feliz».

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