La revolución será feminista o no será. Nos hemos roto la garganta gritando la consigna, compañero. Esto quiere decir que no hay revolución sin liberación de la mujer y no hay liberación de la mujer sin revolución. Hemos mirado al costado pensando que estabas marchando y gritando a nuestro lado y resulta que no. Ahora nos damos cuenta. Pensaba que al menos te habías quedado en casa cuidando a nuestos hijos, compañero, pero tampoco. Yo que cuando cantaba “avanzan ya banderas de unidad y tú vendrás marchando junto a mí, y así verás florecer la luz de un rojo amanecer”, pensaba en ti, pensaba en nosotros, en una de mis manos tu mano, en la otra un puño y vencíamos, vencía el pueblo por fin. Me tragué el combo especial de utopía socialista y amor romántico todo en uno. Me despertaste en la asamblea, desautorizándonos, subiendo la voz, haciendo pasar nuestras ideas como tuyas, tratándonos con paternalismo. Dices que somos demasiado jóvenes, nos descalificas por temperamentales, nos acusas de quitarte liderazgo. Y al salir de la asamblea encima quieres tirar conmigo. Ya pues, compa. Lo dijo el otro día una de las nuestras, hasta el coño de que la mandes callar: Los machitos de izquierda son peores que los de derechas. En los 70s repartíamos los periódicos en las puertas de las fábricas mientras tú estabas dando tus discursos en la Plaza Dos de Mayo. Nos dejábamos la piel en las organizaciones del vaso de leche aunque nos hicieran volar vivas mientras tú seguías creando poder popular en los salones de los padres de la patria. Siempre padres, compa, nunca madres. Y encima volvías y tenías la comida servida. Este año además de en las calles algunas están en el congreso contigo, compañero. Y tú nos llamas chismosas. Tú nos llamas mentirosas. Casi nos llamas putas. Todos los días, en todas partes, a todas horas nos dicen esas mierdas por ser mujeres. Pero, ¿tú compañero? ¿tú?