La agente del Gein, Cecilia Garzón (“Gaviota”) declaró a la revista Somos: “A mí me da pena cuando los chicos ven una foto de Guzmán y dicen que es un filósofo. Es como si nuestro esfuerzo no hubiera valido.” La película de Eduardo Mendoza, La hora final, en cartelera, relata los episodios de esa captura que cambiaría la Historia de nuestro país. El talento con el que narra las circunstancias inverosímiles en que tuvo que trabajar ese grupo de policías, en medio de una extrema precariedad y luchando contra enemigos internos y externos, hace que sea ese filme sea de visión imprescindible. Viví fuera del Perú desde el año 1980 hasta 1993. Estos fueron los años en que Sendero fue asentando su hegemonía del terror en el Perú. Por más que leyera y conversara, la experiencia de vivir acá mientras ocurría esta tragedia que terminó con la vida de 69000 personas, es insustituible. De modo que hacerlo a través de la película, sumergiéndose en esa época de atentados, conspiraciones, miedo e incertidumbre, no tiene precio. Así como yo he podido sentir y comprender, como nunca antes, lo que significa estar sometido a la tiranía del terror, espero que muchos jóvenes hagan la misma experiencia. De hecho, la captura de Abimael fue uno de los motivos esenciales que me decidieron a retornar definitivamente a nuestro país. La hora final es una ocasión invalorable de sumergirse en la oscuridad de nuestra Historia. De comprender que las cosas y las personas siempre son más complejas de lo que suponemos. Que los senderistas, por ejemplo, eran familiares o amigos de mucha gente que no compartía sus ideas de destrucción y muerte para refundar la “república de nueva democracia”. Que unos héroes como Julio Becerra (“Ardilla”) y Cecilia Garzón, magníficamente interpretados por Pietro Sibille y Nidia Bermejo, se odiaban y tenían que fungir de enamorados para hacer el seguimiento de la casa de Surco donde capturaron a Guzmán, y hasta ahora son pareja. Más que infinidad de discursos o sesudas lecturas, el cine tiene el poder inconmensurable de hacernos formar parte de esa increíble trama que cambió la vida de todos (mi trivial ejemplo es una muestra de lo que debe haberle sucedido a muchísima gente). Quisiera entonces decirle a Cecilia Garzón que, gracias a La hora final, esos jóvenes pueden darse cuenta de que Abimael no es un filósofo sino un asesino despiadado. Que gracias a ellos está en la cárcel y nos toca a los peruanos asegurarnos de que ese tiempo horrendo nunca regrese. Al salir de la sala de cine, conmocionado y hasta algo asustado, le escribí a Eduardo Mendoza, vía Twitter: “Nunca imaginé que dos palabras me emocionaran tanto: Cachetón: ¡positivo!” Finalmente, es terrible ver cómo el gran policía Benedicto Jiménez, el artífice de la captura, terminó trabajando para la mafia de Orellana. Como Saturno, una sociedad amnésica y corrupta devora a sus hijos.