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Trvko y el lenguaje del miedo, por Leyla Aboudayeh

El artista urbano Trvko fue leído como “terruco” por Rospigliosi. Su muerte en una marcha evidencia la distancia entre los barrios que cantan su dolor y un Estado que aún no los entiende.

Escribe: Leyla Aboudayeh

Eduardo Ruiz Sáenz, conocido como Trvko, fue un joven artista de San Martín de Porres, uno de los distritos más violentos del país. Su música pertenece a la cultura del maleanteo, una corriente del trap y del rap que muestra la violencia como se vive: sin metáfora, sin filtro, desde adentro. En sus letras hay orgullo, lealtad, rabia y supervivencia. Es la voz de quienes crecieron sin Estado y encontraron en el ritmo una forma de existir.

“Los delincuentes ya estamos en la casa. Amanecí con mi lapicero haciendo dinero.

Bendición pa’ los míos yo quiero, bendición pa’ los presos yo quiero, muerte pa’ los que no son sinceros”.

No hay eufemismo posible: ahí está el miedo, la muerte, el poder, la jerarquía. Pero también hay una claridad brutal: Trvko habitó ese mundo. Lo conocía desde niño. En los barrios donde el Estado no llega, el respeto se gana con miedo y la calle reemplaza a la escuela. Entender eso no implica justificarlo, implica mirar de frente lo que hemos permitido crecer.

De forma deliberada, Fernando Rospigliosi lee el usuario de Instagram @t.rvko como “terruco”: no confunde, proyecta. Revela cómo el poder interpreta lo que no comprende a través del miedo. Pero también hay que mirar al artista con la misma lucidez: @t.rvko no es un alias inocente. Es un juego visual y fonético que permite leerlo también como “Te Ruco”, casi idéntico al insulto que el político lanzó. Esa ambigüedad no es casual: el artista se adelanta al estigma y lo convierte en materia estética. Se nombra antes de ser nombrado, se apropia del miedo que lo rodea y lo transforma en marca. Su identidad digital funciona a la vez como ironía y autodefensa: en un país donde todo cuerpo popular puede ser sospechoso, hacerse llamar como el insulto es una forma de resistirlo.

 Tolón y Trvko. "Qué Sopa". Imagen: Captura.

Tolón y Trvko. "Qué Sopa". Imagen: Captura.

Así, el político y el artista terminan reflejándose: ambos trabajan con el miedo, aunque desde lugares distintos. Rospigliosi lo usa para afirmar su poder; Trvko, para no desaparecer. El malentendido entre ambos es el retrato exacto de cómo el Perú se sigue leyendo a sí mismo desde el prejuicio.

Su muerte condensa las tensiones que él mismo cantaba: el miedo, la desconfianza, la violencia institucional. El artista que hablaba desde la calle cayó bajo el fuego del Estado. Esa coincidencia duele y desnuda el círculo que nunca se rompe: el joven que creció entre balas termina alcanzado por una.

No hay metáfora más exacta de lo que somos. He trabajado durante diez años en una zona roja del Perú, en el Callao. He visto cómo el arte transforma vidas, pero también cómo la violencia se cobra otras. El fin de semana un sicario asesinó a una joven del Ballet Afroperuano del Callao, mientras bailaba para una agrupación de salsa. Lo que pasa en estos barrios no es una estadística. Son vidas que se apagan cada semana y esto se extiende por todo el Perú. 

En un reportaje de Prensa Chalaca sobre el asesinato de Nataniel Antón Huertas, su tía, una vecina del Callao, relató que en su barrio todos saben quiénes extorsionan y quiénes matan, pero que nadie se atreve a denunciar porque la policía está comprada por los sicarios. Asegura que prefiere hacerlo público, sin miedo, porque ya no confía en las autoridades ni en la justicia. Ese testimonio refleja lo que viven miles de familias: una comunidad que ha perdido toda esperanza institucional y que solo encuentra refugio en la denuncia pública de la prensa local. 

El cambio real empieza en los barrios más violentos del país. Ahí donde los niños crecen escuchando balas y aprenden antes a esconderse que a leer. Se necesita educación pública de calidad, escuelas seguras, docentes de primer nivel, psicólogos, arte, deporte y trabajo digno.

Cada niño que encuentra un espacio para aprender crea una distancia con la violencia. Eso también es seguridad. La violencia no empieza ni termina en una bala. Empieza mucho antes, cuando dejamos de reconocernos como parte de lo mismo.

Cuando un político ve a un artista como enemigo y un joven aprende que solo se respeta lo que se teme. Ahí empieza todo lo que después llamamos crimen.

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