René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.

El juego del lagarto, por René Gastelumendi

El lagarto no es el problema. El problema son ustedes, Dina y los partidos mayoritarios que hoy están en el congreso.

Que Mario Vizcarra, un completo desconocido, figure en los primeros puestos de una encuesta presidencial no es una anécdota. Me temo que estamos ante el estruendoso capítulo final de una historia de autodestrucción política. Para entender este fenómeno, es necesario despojarse de simpatías y antipatías, aunque aquello sea tan difícil en estos tiempos.

Surge en ciertos espacios de Lima, ciertos chats familiares, universitarios, escolares, ciertas editoriales, en bares, en redes y en ciertos sets de televisión, una pregunta que se repite con genuino estupor: ¿Por qué Vizcarra? Lo preguntan con la indignación del justo, convencidos de que él, junto a Gorriti, son los padres de todos los males. Esta columna es un intento de descifrar, no para defender a un expresidente, sino para entender, con la frialdad de un diagnóstico, que el fantasma que tanto asusta a la derecha extrema no es más que el reflejo de sus propias acciones políticas. Ahora se están viendo en el espejo de su soberbia y su absoluta desconexión con un Perú que va más allá de sus cámaras de eco, sociales y digitales, desde las que anatematizan todo lo que cuestione su entorno tribal: rojo, terruco, comunista, caviar, mermelero, tibio, progre, woke y todos los cucos imaginarios con todas sus salsas. Descalificaciones tipo las de Maduro, pero al revés, salvo en lo conserva que comparten con el chavismo y, dicho sea de paso, también con el castillismo, el cerronismo o como quieran llamarlo.

Empecemos por el principio y siempre tratando de observar las cosas desde fuera de esta tensión. Recordemos, no hay que ser brillante para entender que la extrema derecha a la cabeza lo convirtió en mártir en noviembre de 2020. En un acto de arrogancia, creyeron que bastaba con su temporal poder congresal para aniquilarlo en el pico de su popularidad, colocando a un desangelado en su lugar. Grosero error de cálculo. La respuesta fue una masiva movilización ciudadana que no vieron venir. Cientos de miles de jóvenes, esa misma "Generación Z" que ahora se está animando a protestar nuevamente, tomaron las calles. ¿Y cuál fue la reacción de la derecha conserva entonces y ahora? El desprecio. El mismo desdén que destilan hoy en sus redes sociales cuando ven a estos jóvenes protestar y preguntan con un cinismo insultante por egocentrista: "¿Y estos, a quiénes representan? ¿Quién los dirige?". Amigos, no es nada bueno subestimar así ninguna perspectiva, ni para el diálogo ni para el enfrentamiento.

Dicho esto, tratemos de responder esas preguntas. No representan a un partido. Representan un hartazgo generacional. Son la encarnación juvenil de ese 90% que los desaprueba en las encuestas. Son la generación que creció viendo sus escándalos de corrupción, sus "repartijas" y su angurria por copar las instituciones. Es una generación que ha crecido viendo postular a Keiko Fujimori una vez tras otra cada 5 años. Ha vivido lo que pasa cada vez que pierde, cada vez que postula. El legado de su padre ya no alcanza. Son nativos digitales inmunes a sus viejos "terruqueos". Cuando en 2020 personajes de estirpe becerril se vacaron a Vizcarra, no solo crearon un mártir; se convirtieron, para siempre, en el villano de la historia de esta nueva generación que tiene sus propios defectos, pero, es nueva. En este contexto, cada inhabilitación que fue luego votada por este congreso podrido es un diploma. Un búmeran electoral.

La perspectiva obtusa de este sector político alcanzó su máxima expresión con la pandemia. De manera descarada, culpan (solo) a Vizcarra por las miles de muertes por COVID, como si el sistema de salud no llevara décadas en colapso por la negligencia de las clases políticas de las que ellos mismos forman parte. Usan la tragedia como un arma arrojadiza contra el enemigo para construir un axioma del mal, pero, aquí, en la venganza política por haber cerrado el congreso, reside la hipocresía monumental: con el poder que han ostentado en un nuevo Congreso desde 2021, ¿han emprendido una sola reforma estructural del sistema de salud? La respuesta es un silencio cómplice. Por eso es que el lagarto es inmune a esa crítica tan válida, por quién es el que la hace, aunque sea tan válida. Mucha cacha

La desconexión a la que me refiero no es solo una cuestión de narrativa. Se manifiesta en un desfile diario de abusos que el ciudadano ve con asco. Lo ve en la forma en que han copado la Sunedu, el Tribunal Constitucional, la Defensoría del Pueblo, la JNJ, no con los mejores, sino con los más leales para favorecer a los suyos, como si el Estado fuera solo un instrumento para depredar. Lo ve en los vergonzosos blindajes en el Congreso, donde las comisiones se convierten en tribunales de inquisición para los opositores y murallas de impunidad para los aliados más oscuros, desde las economías ilegales hasta los procesados. Lo ve en los sueldos y gollerías que se asignan sin pudor a ellos y sus asesores, mientras piden austeridad al resto del país. Y lo ve, de la manera más grotesca, en la actitud de un Poder Ejecutivo zombi, simbolizado en los relojes Rolex y las joyas de una presidenta que parece más preocupada por el lujo que por la pobreza en plena crisis de inseguridad ciudadana. La gente ya no se cree el cuento de los caviares, caviares, caviares. Se agotó, no sirve. Cambien de playlist.

Es por todo este prontuario vigente en el parlamento que políticos como Keiko Fujimori, Rafael López Aliaga y César Acuña no despegan. Cargan con los pasivos de sus votos y sus alianzas. Son percibidos como los rostros de ese sistema abusivo que han venido sosteniendo y arrullando. Keiko Fujimori, por ejemplo, carga, sobre todo, con su terquedad antidemocrática de no aceptar los resultados de 2021, una herida que ella misma infligió al país y que sangra hasta hoy gracias a una filuda cuestión de fe que no respetó ni a los organismos internacionales. El electorado tampoco se olvida de su petardeo político y familiar desde el 2016. Rafael López Aliaga, a pesar de su cargo de alcalde, no puede desligarse de ser una de las cabezas de la coalición parlamentaria más impopular de la historia, al punto de favorecer a las AFP hasta donde les alcanzó el cálculo y la vergüenza. Y César Acuña representa una forma de hacer política transaccional que el ciudadano repudia. Son percibidos como abusivos, como políticos que no priorizan el bien común, sino sus intereses. Nada más. Y por eso, en el colmo de la humillación, un desconocido como Mario Vizcarra, sin más mérito que el apellido, los ningunea, los castiga en las encuestas. Y no, Vizcarra no es un invento de los medios o las encuestadoras, es pura cosecha de los recientes parlamentos, incluida la izquierda, por su puesto, que los periodistas tenemos el deber de dimensionar.

Y aquí llegamos al nudo de la negación. Que quede claro, por favor, a los dicotómicos: este texto no es una defensa de Martín Vizcarra. Hablamos de un exmandatario manchado por el Vacunagate, inhabilitado, con una posible sentencia por corrupción respirándole en la nuca, y cuyo simple apellido, usado por su hermano, es suficiente para liderar las encuestas. La situación que el parlamento y Dina  han creado es tan grotesca que incluso ese paquete tóxico es percibido por millones como una opción preferible a la suya. No es porque lo vean inocente, sino porque su único capital electoral es haber sido el enemigo de la clase política que la gente más desprecia: ustedes.

Incluso el apelativo con el que se buscó destruirlo, "Lagarto", se ha convertido en parte del búmeran. De tanto repetirlo en su burbuja, lo convirtieron en una medalla. Para el ciudadano anti-sistema, que te llamen "Lagarto" los mismos rastreros que se reparten el poder, casi suena como un elogio. Es la confirmación de que eres el enemigo correcto, porque eres enemigo del gran enemigo. Marketing orgánico y simple. El mejor castigo y a la mano, en las ánforas. Vizcarra termina siendo el lagarto en un mundo de lagartijas que nos quieren hacer creer que solo en una orilla hay cocodrilos. Que nos perdonen los reptiles.

Para colmo de su desgracia estratégica, Vizcarra ni siquiera es de izquierda. No pueden agitar contra él la bandera del "terruqueo" o del “comunismo”. Es un provinciano recontra pendenciero y “de centro” que los deja sin argumentos porque, de tanta torpeza y bandidaje al combatirlo, se le ha convertido en un potable “antisistema” nuevamente “vengador”. Aun estando a punto de ser sentenciado por corrupción por las mismas cortes que, paradójicamente, ustedes llaman caviares y desean intervenir, hasta el momento es menos agrio en el paladar democrático. Su popularidad no mide las virtudes que no tiene, mide el tamaño del fracaso de las componendas congresales, de la impostura del ejecutivo, de la política que hoy nos gestiona.

El lagarto no es el problema. El problema son ustedes, Dina y los partidos mayoritarios que hoy están en el congreso. Y mientras no lo entendamos, buena parte del país seguirá buscando cualquier misil, por imperfecto que sea, para apuntarles directamente a la cara y luego volvamos a hablar de fraude y de “electarados”.

René Gastelumendi

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René Gastelumendi. Autor de contenidos y de las últimas noticias del diario La República. Experiencia como redactor en varias temáticas y secciones sobre noticias de hoy en Perú y el mundo.