Cultural LR cuenta con un staff de redactores capacitados para informar sobre las novedades culturales acerca de literatura, teatro, ferias y más. Este contenido pasa por una revisión minuciosa a cargo de los editores de este espacio para garantizar un artículo confiable.
Escribe: Leyla Aboudayeh*
“Cada vez que veo mis telas expuestas en una galería o en un museo, siento que no viajo sola: viaja mi pueblo, mis padres, viajan nuestras costumbres y nuestros bosques”. Con esa sencillez habla Sara Flores* (Tambo Mayo, Ucayali, 1950), maestra shipibo-konibo que a los 75 años representará al Perú en la Bienal de Venecia con su muestra Sara Flores. De otros mundos.
Su camino no fue fácil. Aprendió el kené de su madre, Virginia Valera Sanansino, pero lo hizo mirando en silencio: “Ella casi no quería enseñarme porque tenía una enfermedad en la mano y pensaba que era causada por la envidia de otros, por pintar tan bien”. Fue en el cielo del mosquitero donde Sara vio por primera vez cómo los diseños se formaban en su mente y en su sangre. Más adelante, al casarse, su suegro —un meraya— le regaló una corona de kené, una visión que la marcó para siempre: “Esa corona llega con el don de la imaginación visionaria. Es una corona espiritual que solo se ve en las ceremonias de ayahuasca, pero aun así otros chamanes intentaron robármela”.
Esa relación entre visión, arte y resistencia atraviesa toda su obra. Sara lo resume sin rodeos: “Cuando pinto no lo hago ‘para hacer no más’: lo hago con amor y con cuidado y siempre con colores naturales: cortezas, barro, frutos, y raíces. Con mi trabajo sigo poniéndome al servicio de mi pueblo. Intento abrir caminos para otras artistas de las nuevas generaciones, proponer un sueño de unidad como nación indígena y aspirar a un futuro sin divisionismos”.
Los caminos que Sara abre son como los trazos de su kené: se bifurcan, se entrelazan, se expanden. Son senderos que pasan de madres a hijas y nietas, sosteniendo una memoria viva; rutas que llevan la voz shipibo-konibo más allá del río hasta museos y bienales; pasajes que reclaman un lugar político como nación indígena; y atajos secretos que recuerdan que la espiritualidad también es contemporánea. Sus telas son mapas: cada línea una invitación a habitar otros mundos sin dejar de cuidar este.
La presencia de Sara en Venecia se inserta en la propuesta curatorial póstuma de Koyo Kouoh, En tonalidades menores. Allí se plantea un arte que no se mide por la grandilocuencia ni por la estridencia del espectáculo, sino por su capacidad de sostener lo íntimo, lo colectivo y lo frágil. “Las tonalidades menores —escribió Kouoh— son también las pequeñas islas, mundos en medio de océanos… universos íntimos y cordiales que sostienen incluso en tiempos difíciles”. El kené de Sara es precisamente eso: un tejido que afirma vínculos con la tierra, con la memoria y con la comunidad.
A lo largo de la conversación, Sara insiste en que su vida entera está entrelazada con las generaciones que vienen: “El kené no es solo un diseño, es un camino de vida, y verlo continuar en mis hijas me da fuerza. Estas líneas nos conectan de una generación a otra: madres, hijas y nietas. En mi familia pasamos el día pintando y conversando juntas. Somos todas interconectadas”.
Ese sentido colectivo también marcó sus viajes. Cuando sus telas llegaron por primera vez a museos en Europa y Estados Unidos, no lo vivió como un triunfo individual: “Fue una experiencia transformadora, una verdadera aventura. Al inicio fue difícil imaginar que lo que hacía junto a mis hijas pudiera estar colgado en lugares tan lejanos. Pero cada vez que veo mis telas expuestas, siento que no viajo sola: viaja mi pueblo, mis padres, viajan nuestras costumbres y nuestros bosques”.
En torno a su participación han surgido críticas sobre el rol del Shipibo-Conibo Center y de su director, Matteo Norzi, quien figura como curador de la muestra junto a Yssela Coyllo. Ella ya respondió en Artishock a las observaciones de Alfredo Villar, defendiendo con claridad la presencia de Sara en la Bienal. Norzi, en cambio, no se ha pronunciado públicamente frente a las denuncias difundidas en medios. Sí lo ha hecho la propia familia Flores: en un comunicado, su hija Deysi Ramírez Flores negó categóricamente cualquier acusación de explotación, recordó que Sara trabaja en colectivo dentro de la cooperativa de mujeres Soibirin Kené —donde se toman decisiones de manera conjunta— y pidió respeto para su madre, quien a sus 75 años sigue creando con amor y dignidad. “Déjenla crear en paz”, escribió.
Lo que resuena entonces es la serenidad de Sara: su orgullo como tita, su felicidad en este momento de reconocimiento y la certeza de que ha abierto un camino para otras generaciones. Su arte no hace bulla: se despliega en amor, paciencia y colectividad. Como escribió Koyo Kouoh, “al rechazar el espectáculo del horror, ha llegado el momento de escuchar las tonalidades menores, de sintonizar en voz baja con los susurros… donde se salvaguarda la dignidad de todos los seres vivos”. La voz de Sara Flores es una de esas tonalidades. La muestra Sara Flores. De otros mundos llega a Venecia como una celebración tranquila y luminosa, recordándonos que el futuro también puede bordarse desde lo íntimo, lo afectivo y lo común.
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*Directora de Casa Fugaz y fundadora de Vocablo del Arte (vocablodelarte.com).
*Todas las declaraciones provienen de una entrevista exclusiva a Sara Flores, realizada para Vocablo del Arte.
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