Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.
La agresividad verbal de Rafael López Aliaga (RLA), no es nueva. Basta una revisión de sus intervenciones en la campaña por la presidencia del 2021, o para la alcaldía en el 2022, para ver cómo es todo un estilo. Parece que estos eventos exacerban algunos rasgos de personalidad del caballero. Haber tomado el personaje de Porky podría ser parte de una estrategia que busca suavizar los efectos del comportamiento recurrentemente hostil del candidato a la presidencia, pero creo que también debe servirle como un espejo ad hoc que le cuenta otras historias.
Imagino que se dirá: “no importa lo que digan, yo soy así, buenito y trabajador como Porky”. El estribillo de un dibujo animado que se emitía en los sesenta, donde Porky era el personaje principal, decía: “Porky, Porky, nuestro rey…”. Por ahí, el uso del amigo de Looney Tunes no solo es para tratar de cambiar su imagen frente a quienes discrepan de su accionar, sino para contarse un cuento sobre sí mismo.
El tema de la violencia verbal preocupa, porque, al menos mientras escribo este artículo, la última de sus agresiones fue para decirle a la gente que al periodista Gorriti “hay que cargárselo”. No es que mañana alguien decida atentar contra el director de IDL reporteros, las cosas no se dan de esa manera. Sino que va reforzando un clima hostil que va rebajando la vara colectiva con que se miden los límites del comportamiento, y eso puede terminar en atentados hacia Gorriti o cualquier otro que se etiquete en el camino. El texto se debe interpretar en su contexto.
En ese momento estaba diciendo que estamos en una situación de guerra, con “terrucos urbanos” y que hay que restituir los tribunales militares. Por supuesto que otras cosas tienen que sumarse en el camino como, por ejemplo, que otros se sumen al juego de los insultos, pero basta ver lo que ha ocurrido en otros países con políticos, periodistas y activistas de todo tipo. En redes sociales leo “si es terrorista, está bien que lo maten”. El tema es que el alcalde y candidato repite, cual metralleta (es un decir): “caviar, terruco, asesino, mentiroso, ladrón” a casi cualquiera que piense un milímetro fuera de su punto de vista. Hay diversos estudios que muestran que el accionar de personas ubicadas en lugares de poder legitima y refuerza la actividad violenta de quienes simpatizan con estos discursos.
Este tipo de intervenciones tienen ahora mayor notoriedad por varios motivos. Como decía Ortega y Gasset, "Yo soy yo y mi circunstancia". En la actualidad casi no hay actividad de aspirantes a la presidencia y quienes ejercen cargos en el ejecutivo están en históricos niveles de desaprobación. En ese contexto de malas evaluaciones de gestores públicos, el nivel de aprobación de la gestión del alcalde en agosto (según Ipsos y Datum), está entre 40% y 48% mostrando una tendencia al alza con relación a meses anteriores. Para alguien que fue elegido con el 26% de los votos válidos (el más bajo que se recuerde), no es una mala noticia. ¿Cuánto de esa aprobación tiene que ver con su agresividad y cuánto con la promoción de obras públicas que refuerza la idea de su capacidad de gestión gracias a sus logros empresariales? Habría que evaluarlo.
No solo su rol como alcalde le da hoy más tribuna a RLA, y esperaríamos mayor responsabilidad. Su actividad como obvio candidato le da también visibilidad en un momento donde los futuros oponentes hablan todavía en voz baja, prefieren irse de vacaciones (si tienes plata como cancha) o no están ejerciendo cargos públicos. Desde el centro o la izquierda (categorías que explican poco, pero nos ayudan por ahora a marcar diferencias) nadie se ubica todavía como para recoger una intención de voto mínima (salvo el no candidato Vizcarra).
Mientras tanto, en otro sector, que solía votar por Keiko Fujimori, las pocas intenciones de voto que se manifiestan, a la fecha, van mostrando que RLA es una alternativa. ¿Cuánto de esa intención está motivada por comportamiento agresivo, su imagen de empresario exitoso, ahora alcalde que hace obra, persona que hace sin importarle lo que las leyes (muchas veces absurdas) digan? Cuando la gente vota, se queda con lo que le gusta y escinde aquello que no quiere ver de un candidato.
Preocupa la violencia verbal de RLA, pero también saber que, desde la ciudadanía, hay quienes apoyan ese comportamiento. No está solo. Dejo por acá algunos datos que permiten ver que la película solo está en proceso. En julio de este año, una encuesta de Ipsos, sobre las características que debe tener un presidente, indicaba que va en aumento el porcentaje de quienes mencionan, con más frecuencia, que debe ser: “un líder fuerte, dispuesto a actuar con mano dura para poner orden”, 34% el año pasado, 43% hoy. Sin mayores diferencias entre Lima y el interior.
Poner mano dura no significa, para todos, ser violento o ir contra la ley, pero algunos así lo interpretan. Insisto, importante en Lima y el interior. Algo faltará en la ecuación del éxito para el alcalde candidato, al menos fuera de Lima, porque, a pesar de beneficiarse de la tribuna que le da la alcaldía y de ser casi el único que está en campaña, solo un 11% dice que votaría por él (encuesta de Ipsos de agosto). Es cierto que su intención de voto ha ido aumentando, pero tampoco mucho que digamos. El 11% en el total de intención de voto, varía considerablemente según el lugar de residencia. Si se ve solo Lima, es de 21%, pero si se ve solo el interior, es 5%. Puede que en otros lugares esa demanda de mano dura vaya acompañada de otras cosas. Mientras en Lima, un 53% (siempre según Ipsos) dice que votaría por otro, ninguno, no sabe o viciaría el voto, en el interior el 72% está en eso. Hay mucho dibujo, no siempre animado, por delante.

Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.