Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".
Un puente es, en principio, algo valioso. Une lo que estaba separado. Permite la libre circulación de personas y bienes. Favorece la interacción y la formación de vínculos. Hace que fluya la comunicación y el descubrimiento del otro. Se puede encontrar una infinidad de motivos para celebrar una infraestructura que acerca lo que estaba lejos o era inalcanzable. Es una metáfora del diálogo, la comprensión o, simplemente, de la conversación. Es una esperanza de reconciliación, ahí donde hay enemistad, de acuerdo ahí donde las posiciones parecen irreconciliables.
Los psicoanalistas somos, en ese sentido, una suerte de arquitectos —o acaso gasfiteros— del alma. Buscamos que las partes escindidas del mundo interno de una persona entren en contacto, se conecten. Por ende, deberíamos celebrar la construcción de una obra que permite a dos distritos como Barranco y Miraflores acercarse y disfrutar de lo que ambos tienen para ofrecer. Todo ello, además, con una espléndida vista al mar de Lima.
Pero, ¡ay!, cuando los encargados de llevar a cabo todas las bondades arriba mencionadas pertenecen a un régimen cuyo único interés es la depredación del Estado, tenemos al Puente de la Paz. Cuando menciono la palabra “régimen”, aludo a un sistema en el que los alcaldes, como el de Miraflores, responden a los intereses del pacto corrupto que nos ataca una y otra vez. Por eso el citado puente es un desastre, en la línea de los puentes de Castañeda Lossio. Sí, esos que no se caen, sino que se desploman, palabras del ingeniero municipal José Justiniano Martínez, de Solidaridad. Además, para que no queden dudas, el puente fue bautizado “Solidaridad”.
Ahora tenemos la versión celeste chirriante de ese mamarracho. Para que no queden dudas, se han instalado potentes reflectores LED, que desesperan a los sufridos vecinos con esa agresión lumínica ilegal. Esto es solo una muestra de lo que estamos sufriendo los peruanos con el régimen antes mencionado. Hemos tenido Gobiernos más corruptos, como el de Fujimori y Montesinos, pero nunca tan ineptos y grotescos. El reciente nombramiento de Juan José Santiváñez como ministro de Justicia es tan despectivo y ridículo como la ciclovía del malhadado puente, en donde los ciclistas deben bajarse y caminar. O bien es preciso cerrar el acceso a la obra, apenas una garúa limeña convierta la pista del paso en una de patinaje involuntario, como acaba de ocurrir.
Nombrar a una persona acusada de tráfico de influencias, por lo que tiene impedimento de salida del país, a cargo de la Justicia, parecería una broma de pésimo gusto. Pero es una estrategia. Lo señala el editorial dominical de este diario: “Este nombramiento quiere hacerse pasar como un cálculo político desafiante. Sin embargo, esta designación revela un nuevo acto de desesperación de un régimen cada vez más cercado por la ilegitimidad al interior y ante la comunidad internacional”. Es de la misma calaña del puente que desvirtúa la honrosa función que podría haber tenido.
Lo propio sucede con los trenes del alcalde de Lima, cuyas condiciones ya son de todos conocidas. Los signos de desprecio por las condiciones de vida de los peruanos se acumulan. Como, al parecer, esto no hace que la gente reaccione y proteste en masa, continúan demoliendo nuestra pobre institucionalidad. Controlar al sistema de Justicia, una parte del cual resiste con valentía estas arremetidas violentas contra la democracia, es por eso una prioridad. Mientras los peruanos de a pie solo veamos como alternativa el silencio o la huida del país, podrán alargar su festín.
La obra cuyo título he tomado prestado para esta nota es del dramaturgo Arthur Miller, estrenada en 1955. El puente al que alude es el de Brooklyn y aborda el drama de los inmigrantes ilegales en Nueva York. Un tema de dolorosa actualidad en ese país, setenta años después. Nos recuerda que nunca hay que dar por sentados los avances del vínculo social (tampoco los individuales). Que la Historia no avanza de manera irreversible. Y que, por lo tanto, nunca se puede bajar la guardia. Lo que nos está ocurriendo tiene un ominoso relente de déjà vu. Ya lo hemos vivido en los noventa.
Con la diferencia de que en esa década la cúpula del poder tenía el control de la situación. Mafioso, pero concentrado. En cambio, ahora tenemos un Congreso ridículo y descarado en sus corruptelas, al mando de la presidenta, la cual no hace absolutamente nada, fuera de enjoyarse, operarse y viajar. Y preguntarse cómo evitar la cárcel en el 2026. De ahí que Santiváñez le resulte una pieza esencial. Sin embargo, son ellos los que tendrán que atravesar ese puente peligroso y feo, sin ninguna garantía de llegar al otro lado. Debemos esperar medidas cada vez más idiotas con la finalidad de evitar la cárcel, como la tontería de humillar a Vizcarra enviándolo a Piedras Gordas. Es irónico que le hagan lo que temen que les suceda a ellos. Y es un arma de doble filo, pues podrían estar soplando las brasas de su popularidad.
Por ahora somos nosotros los que tenemos que soportar tanto desdén por la vida y la salud mental de los peruanos. Cada uno de estos ataques a nuestra capacidad de pensar, de vivir en paz, nos daña y desalienta. Más aún cuando ellos, los del pacto, procuran amedrentarnos con su bajeza y continuos ataques a la libertad de expresión. Piensan que eso les traerá el apoyo de una población frustrada, hambrienta y desesperada. No es imposible que eso suceda. Pero por lo menos habremos dado la pelea para dejar en claro que no será con nuestra anuencia.

Jorge Bruce es un reconocido psicoanalista de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Ha publicado varias columnas de opinión en diversos medios de comunicación. Es autor del libro "Nos habíamos choleado tanto. Psicoanálisis y racismo".