Más allá del aspecto procedimental en el calendario electoral, la fecha límite para articular alianzas representa un momento decisivo. Lo que verdaderamente está en juego es la posibilidad real de una renovación en la representación parlamentaria.
A la fecha, 43 partidos cuentan con inscripción vigente y se ha confirmado tan solo una alianza entre el Partido Popular Cristiano y Unidad y Paz del excomandante general del Ejército y congresista que ingresó con el partido de César Acuña (APP) Roberto Chiabra.
Lo cierto es que las nuevas exigencias normativas creadas por la actual coalición parlamentaria imponen una barrera desproporcionada para las fuerzas políticas emergentes, frente a la ventaja estructural de las bancadas actualmente representadas, que cuentan con mayores recursos como usar las semanas de representación para hacer campaña hasta abril de 2026.
A la valla del 5 % de votos válidos a nivel nacional se suma ahora la obligación de obtener al menos siete diputados y tres senadores, lo que reduce drásticamente las posibilidades de acceso al Congreso para los partidos nuevos o con menor maquinaria electoral.
Este diseño institucional genera una paradoja evidente: la ciudadanía rechaza de forma mayoritaria al Congreso y a los partidos que hoy lo integran. Sin embargo, las condiciones impuestas por las propias reformas legislativas hacen altamente probable que sean esas mismas agrupaciones las que retengan la representación parlamentaria.
En este contexto, el 2 de agosto debe estar en el radar de los peruanos. Las alianzas electorales constituyen, para muchos, la única vía posible de continuar existiendo en la esfera institucional.
Urge, por tanto, un ejercicio de responsabilidad histórica por parte de aquellas fuerzas políticas democráticas que, pese a no estar hoy en el poder, encarnan propuestas alternativas, liderazgos honestos y compromisos genuinos con la ciudadanía.
Sepan, además, las fuerzas que pretenden ser alternativas progresistas que, si ante la fragmentación no deponen las diferencias —que hoy son sin duda secundarias frente al momento histórico crucial que atravesamos—, contribuirán al recrudecimiento de la crisis. Y, más aún, se conducirán inevitablemente a su propia extinción.
Así, el desafío demanda líderes que estén a la altura del momento histórico. Es imperativo articular alianzas sólidas y mínimamente coherentes, capaces de superar las barreras impuestas por una arquitectura normativa diseñada para preservar el statu quo.