Temblor en la Fiscalía, por Marisol Pérez Tello

El sistema no fue diseñado para proteger derechos, sino para preservar privilegios y servir al poder de turno. No importa quién esté en el poder

Con cada temblor, recordamos una verdad incómoda: vivimos sobre una falla activa y un Estado pasivo. La naturaleza frente a construcciones mal hechas. Lo mismo ocurre con la justicia.

¿Cómo nos afecta quién es fiscal de la Nación?

El fiscal investiga si alguien rompe la ley. Un nombramiento dudoso en la cabeza hace que se pierda confianza en lo que hacen y nadie respete la ley. La justicia se convierte en un negocio, un arma de control, un privilegio.

La fiscal de la Nación se designó por la Junta de Fiscales Supremos, tras la destitución de su antecesora, quien intenta ser repuesta por la Junta Nacional de Justicia en un proceso que no respetó la ley.

La gente no entiende si para reponer a la ex fiscal, la norma exige unanimidad total o solo de los presentes en la sesión. Si la destitución fue correcta, si su tesis fue plagiada, si encubre a su hermana, posiblemente vinculada a crimen organizado.

Lo que todos entendemos es que la justicia no funciona.

Las reformas de las últimas décadas son como los simulacros: ruidosas, pero incapaces de resolver los problemas de fondo. No tocan estructuras. La verdad es simple: el sistema de justicia es ineficiente, caro, lento y confuso.
Algunos trabajan con integridad, a pesar de las presiones y carencias. Pero incluso ellos están atrapados en una estructura hecha para que la justicia NO funcione.

Se toma partido por temas políticos. La ley se jalonea, se acomoda, se cambia. Y nada es peor para la independencia del sistema. Sin imparcialidad, no hay justicia.

El sistema no fue diseñado para proteger derechos, sino para preservar privilegios y servir al poder de turno. No importa quién esté en el poder. Cambian las caras, no las reglas del juego.

No necesitamos simulacros, necesitamos tomar en serio la reforma de la justicia y construir desde los cimientos.