El Eternauta, Oesterheld y los desaparecidos de la dictadura argentina, por José Ragas

Uno de los atributos de El Eternauta es el poder trascender generaciones, y los espectadores de la serie se han sentido identificados con los esfuerzos colectivos de los personajes para enfrentar a los invasores, así como a otros desafíos reales

Un Buenos Aires cubierto de nieve en verano es en sí un escenario apocalíptico inmejorable, si cabe el término. Es también el escenario principal de la historieta El Eternauta, que acaba de ser estrenada como miniserie en Netflix y que cuenta con la dirección de Bruno Stagnaro y que tiene a Ricardo Darín en el rol principal como Juan Salvo. La serie ha sido un éxito en cuanto a número de audiencia y ha expandido el interés por la obra, su autor y el género de la ciencia ficción al resto de América Latina y del mundo.

Escrita por Héctor Germán Oesterheld y dibujada inicialmente por Francisco Solano para la revista Hora Cero Semanal entre 1957 y 1959, la historia de Juan Salvo, un porteño que narra lo ocurrido luego de que unos alienígenas invadiesen el país y la resistencia que se forma para combatirlos. Puede que hoy en día la historia guarde mucha similitud con series y escenarios del fin del mundo como en The Last of Us, Civil War o las numerosas tramas de zombies. Sin embargo, cuando Oesterheld comenzó a esbozar el hilo narrativo, la Segunda Guerra Mundial había terminado apenas una década antes y Yuri Gagarin recién daría su paseo espacial apenas cuatro años después.

La nueva versión de El Eternauta ha provocado debates muy sugerentes respecto de la naturaleza de la ciencia ficción. En particular, alrededor de una historia que tomó cerca de setenta años en ser llevada a la pantalla, sin que esto haya hecho perder su importancia narrativa o haber caído en algún anacronismo. Esta nueva versión ha logrado atraer a públicos de diversas generaciones y no solo de Argentina sino también de otros países. En parte, esto ha sido desafiante porque la producción apostó por una narración con mucho trasfondo local (música, escenarios, lenguaje) pero con la cual los espectadores de cualquier parte del mundo podían identificarse.

Si bien la historia de Juan Salvo se mantuvo principalmente en el formato gráfico durante estos años, con el tiempo se fue convirtiendo en un referente cultural y diversos elementos de la misma se transformaron en canciones, nuevas versiones de la historia y distintos intentos para trasladar su contenido y mensaje a diversos formatos. Junto con la recepción, vino también la censura: el primer intento ocurrió a fines de los años 60 bajo el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía. El segundo fue un intento fallido del entonces jefe del Gobierno porteño (y luego presidente) Mauricio Macri, quien intentó retirar la obra de las escuelas de la ciudad bajo la acusación de “adoctrinamiento”.

La serie también tuvo una consecuencia importante: llamó la atención sobre su autor original y el destino trágico que sufrió él y su familia. Geólogo de formación por la Universidad de Buenos Aires, Oesterheld abandonó su carrera para dedicarse de lleno a escribir, bien sean cuentos o textos de divulgación científica. Encontró inspiración en Robinson Crusoe para El Eternauta, y continuó desarrollando hilos narrativos en torno a Juan Salvo por los siguientes años, cada cual más complejo y con innovaciones estilísticas en escritura y dibujo. Incluso cuando pasó a la clandestinidad no dejó de esbozar los guiones de cómo debería continuar su historia.

Junto a su labor editorial, Oesterheld había comenzado a militar en Montoneros. Como lo ha señalado Edoardo Balleta, desde ahí continuó con su labor de escritura, pero de modo militante y de abierto compromiso político, lo que le llevó a ser el jefe de prensa en dicha organización. Parte de su obra de este periodo se dispersó por la naturaleza misma de su actividad clandestina. La irrupción de la Junta Militar en 1976 significó una tragedia para la familia Oesterheld-Sánchez: sus cuatro hijas (también militantes de Montoneros) fueron secuestradas y desaparecidas. Dos de ellas estaban embarazadas. El turno de Oesterheld llegó poco después, cuando fue también secuestrado y enviado de dependencia en dependencia mientras era interrogado, torturado y esperaba lo inevitable.  

Ocurre que en ocasiones la realidad termina por ser más perturbadora que la ciencia ficción. Lo ocurrido durante la Junta Militar equiparó o sobrepasó el horror de las creaciones de Oesterheld: hasta el día de hoy quedan muchos restos sin ser ubicados y las familias viven en un estado permanente de incertidumbre al no poder cerrar el duelo. De ahí que al lado de algunos afiches que anunciaban la serie de Netflix hayan aparecido las fotos de Oesterheld y de sus hijas Diana, Beatriz, Estela y Marina.

De los diez integrantes de la familia Oesterheld-Sánchez, los únicos sobrevivientes fueron Elsa Sánchez y dos nietos (Fernando y Martín, este último productor de la serie). Como muchas otras madres y abuelas, Elsa asumió la labor de denunciar lo ocurrido con su familia, y así lo hizo hasta 2015, cuando falleció. La búsqueda de los otros dos nietos secuestrados por los torturadores se ha reactivado con el estreno de la serie. Es posible que los nietos de Héctor y Elsa estén viendo la serie sin saber su identidad, como ha ocurrido con otros nietos apropiados por agentes de la dictadura luego de eliminar a sus padres biológicos.   

Uno de los atributos de El Eternauta es el poder trascender generaciones, y los espectadores de la serie se han sentido identificados con los esfuerzos colectivos de los personajes para enfrentar a los invasores, así como a otros desafíos reales. Si de algo sirve, que esta nueva versión de la historieta permita recordar los horrores cometidos por seres inventados y de otros reales y con uniforme, y que en ambos casos no repararon en eliminar a quienes eran distintos de ellos.

José Ragas

Pasado vivo

Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.