En tiempos de fronteras cerradas, corazones endurecidos y ofensivas globales persistentes desde una extrema derecha sectaria e intolerante, el Papa Francisco se alzó en el mundo como un testimonio vivo de apertura, compasión y valentía evangélica.
Primer pontífice jesuita y primer latinoamericano en asumir tal responsabilidad, su pontificado significó para millones la posibilidad real de una Iglesia católica más cercana al Evangelio y a las heridas del mundo.
Francisco no solo habló de “misericordia”, sino que la encarnó en gestos concretos y ejemplares. Su encuentro, en 2019, con un sacerdote vinculado por su quehacer a personas LGBTQ+ fue uno de esos momentos que rompieron silencios ancestrales.
Con bondad ostensible y humor sencillo, Francisco transmitió un mensaje claro: "Continúa este ministerio en paz". No fue una declaración mediática, sino una convicción profunda: en el corazón mismo de la Iglesia había espacio para todos. Su apertura pastoral hacia homosexuales y transexuales no fue una concesión “política”, sino expresión natural de su comprensión sensata —y no discriminatoria— del Evangelio: todos somos hijos de Dios.
Francisco no olvidó algo fundamental que sectores extremistas y corporaciones voraces combaten: no hay auténtica fe sin cuidado de la casa común.
Su contundente encíclica Laudato Si (2015) marcó un hito crucial: llamado apremiante a proteger el planeta, denunciando la cultura del descarte que destruye la vida, degrada la dignidad humana y siembra exclusión. Sus palabras fueron claras: el grito de la Tierra y el grito de los pobres son un mismo clamor. Para Francisco, esto exigía conversión y acción urgente.
Parecía haber pensado en el Perú cuando, en la sección 51, afirmó: "Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer los mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la del cobre".
Una observación que aún resuena. ¿Cuánto ha influido realmente en nuestras autoridades? Poco o nada.
Mientras el Papa proclamaba protección ambiental desde el Vaticano, en el Perú el Congreso del Pacto Corrupto facilitaba el acceso de dinamita para la explotación ilegal de oro. Que, se sabe, se lleva a cabo con modalidades particularmente contaminantes. En marzo de 2024, el Congreso del Pacto aprobó la insólita ley que limitaba la facultad policial para enfrentar la tenencia ilegal de explosivos.
En un país que ya es el mayor exportador de oro de América Latina, esto contribuyó al aumento de la violencia y a decenas de muertos. Llegará el momento de la transparencia en el que actuará la justicia y hará que los responsables sean sancionados ejemplarmente.
Caso emblemático: empresa minera La Poderosa(Pataz, La Libertad). Ha sufrido tres atentados en menos de tres meses y la destrucción de 17 torres de alta tensión en tres años. En el camino, 18 trabajadores asesinados.
Sin embargo, quienes tienen el poder de escuchar el llamado del Papa parecen no estar convencidos. Y tener oídos sordos. La resistencia de algunos empresarios mineros refleja la tensión persistente o, al menos, brutal indiferencia con el cuidado de la "casa común".
Algunos actores del sector señalaron, incluso, que ciertas regulaciones ambientales, inspiradas en LaudatoSi’, podrían “limitar” la competitividad y el crecimiento. Sin negar, por cierto, que, excepcionalmente, algunas empresas sí han expresado interés en adoptar tecnologías limpias e iniciativas de responsabilidad social. Estemos atentos a su concreción en la realidad.
Pero Laudato Si’ encontró resistencia no solo en el Perú, sino en el mundo.
Empresas transnacionales como ExxonMobil o Chevron se sintieron aludidas por las críticas al uso intensivo de combustibles fósiles. Igualmente, corporaciones agroindustriales como Monsanto (hoy parte de Bayer) vieron una amenaza a sus prácticas de agrotóxicos y manipulación genética.
En el ámbito político, algunos gobiernos —con economías extractivistas— como el de Bolsonaro en Brasil, resistieron los llamados a proteger ecosistemas clave, como la amazonía, argumentando que ello “obstaculizaba” el desarrollo.
En EE.UU., Donald Trump inició su mandato retirándose del Acuerdo de París de 2015, a pesar de que 2024 fue el año más caluroso en la historia. Hechos que demuestran que el mensaje papal, además de profético, fue profundamente incómodo para intereses establecidos.
Francisco también miró de frente las heridas internas de la Iglesia, cortando donde otros callaban.
En el Perú, fue claro. Liberó a la Iglesia de la sombra rígida y excluyente del cardenal Juan Luis Cipriani, aceptando su renuncia y marcando el fin de una época en la que el poder importaba más que el servicio. Actuó con particular severidad, por otro lado, frente al grupo sectario y corrupto, Sodalicio de Vida Cristiana, cuestionado por escándalos de abusos contra jóvenes y atropellos a derechos de campesinos.
Y aunque algunos antiguos adversarios de la transparencia y de Francisco —como Cipriani— intentaron, con gestos tardíos, acercarse a su memoria durante su velatorio en Roma, la historia ya había dictado su juicio: Francisco perteneció —y pertenecerá— siempre a los humildes, no a los “tronos”.
La presencia de Cipriani en el velatorio del Papa y en las sesiones preliminares del Cónclave está generando protestas. La organización Bishop Accountability, que documenta la violencia clerical, pidió prohibir su participación en la antesala del cónclave. “La obligación más sagrada de la Iglesia es proteger a los niños”, señaló su codirectora Anne Barrett
Lo esencial
El legado de Francisco no está en estructuras rígidas ni en restaurar privilegios, sino en haber reavivado lo esencial: la primacía de la conciencia y la ternura con los vulnerables. No fue un Papa de ceremonias ni de cánticos en latín, sino de quienes buscan una Iglesia más humana y justa.
Al rendir homenaje a Francisco, honramos a un pastor que enseñó que la verdadera autoridad nace de la humildad y que corresponde soñar con una Iglesia que abrace, cure y custodie. A tod@s.
Abogado y Magister en derecho. Ha sido ministro de Relaciones Exteriores (2001- 2002) y de Justicia (2000- 2001). También presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Fue Relator Especial de la ONU sobre Independencia de Jueces y Abogados hasta diciembre de 2022. Autor de varios libros sobre asuntos jurídicos y relaciones internacionales.