El pasado 20 de octubre, la Casa de la Literatura Peruana cumplió 15 años de servicio ininterrumpido al país. Sin embargo, lo que debió convertirse en motivo de celebración por su vigencia y legado terminó siendo un episodio agridulce. Una resolución del Ministerio de Educación busca reorganizar dicha institución sin previo aviso, en lo que a todas luces se percibe como una venganza por el reclamo público que los trabajadores de la Casa realizaron contra el agravio cometido hacia el artista gráfico Juan Acevedo, a quien se le retiró un premio de manera intempestiva y poco decorosa.
Creada en 2009 —un año antes de que Mario Vargas Llosa recibiera el Premio Nobel—, la Casa ha venido atendiendo al público en su sede de la antigua Estación de Desamparados. Es necesario recordar el rol que cumple como entidad pública, no solo al promover nuestro canon literario, sino al ofrecer diversas actividades a la comunidad. En esta década y media, la Casa ha sabido construir un espacio acogedor tanto para investigadores como también para niños, familias y público en general que acuden a sus talleres, recorridos y exposiciones. Asimismo, la Casa ha ido extendiendo sus funciones y actualmente alberga los archivos personales de Blanca Varela, Alejandro Romualdo, Enrique Solari Swayne y Sebastián Salazar Bondy, además de la Colección Minerva.
De ahí que la resolución emitida por el Ministerio de Educación sea (por decirlo amablemente) un despropósito. Escrita en un lenguaje oscuro y técnico, totalmente opuesto a los valores de la institución a la que buscan someter, la resolución busca reducir la autonomía de la Casa y controlar los contenidos de las actividades que ha venido realizando hasta el momento. De ejecutarse, y aun cuando la parte legal está siendo analizada con detalle, los temas de las exposiciones de la Casa pasarían a estar bajo supervisión del viceministerio de gestión pedagógica del Ministerio.
Es necesario situar esta nueva arremetida contra una institución cultural dentro de un prontuario de acciones y omisiones similares cometidas desde que la actual coalición que gobierna llegó al poder. En estos casi dos años, el Gobierno ha renunciado a asumir su labor de promover la cultura del país y está haciendo todo lo posible por descabezar nuestras principales instituciones culturales, al poner a funcionarios no especializados a cargo de las mismas y socavar su independencia. Un simple recuento puede mostrar que no hay ninguna institución a salvo de la intromisión e ineficiencia del Gobierno y sus operadores.
Por ejemplo, hace un mes, los fondos documentales del Archivo General de la Nación (que ahora tiene un nuevo jefe institucional) fueron trasladados a un depósito en El Callao, desoyendo las advertencias de expertos. Asimismo, por esos mismos días, la congresista Martha Moyano buscó intervenir el recorrido museográfico del Lugar de la Memoria por considerarlo “sesgado”. Y hace un año, la Biblioteca Nacional del Perú cambió de jefa institucional y actualmente ocupa el cargo una abogada sin experiencia en el campo, según informe de Cristián Rebosio para Sudaca. De manera específica, la crisis que involucra a la Casa comenzó la semana pasada, cuando de manera unilateral se suspendió la ceremonia de entrega del Premio otorgado en abril a Acevedo debido a que dicho reconocimiento entraba precisamente ahora en “una fase de formalización”. El Premio se entregaba todos los años desde 2010 y había sido recibido sin problema por Carmen Ollé, Cronwell Jara Jiménez, Carlos Germán Belli y Vargas Llosa, entre otros.
La razón de esta decisión parece ser los dibujos críticos de Acevedo contra el Gobierno y la presidenta Dina Boluarte; de ser así, esto tiene un único nombre: censura. El humor gráfico de dibujantes y caricaturistas como Acevedo, y muchos otros, suele ser corrosivo y debe aguijonear precisamente a quienes están en el poder, tal como lo ha venido haciendo con El Cuy y sus adaptaciones de Paco Yunque y Túpac Amaru, además de haber impulsado espacios como la impresionante revista No. No obstante, el humor gráfico no es siempre bienvenido en gobiernos autoritarios, y lamentablemente es cada vez más escaso en Perú, precisamente cuando más se le necesita. Días atrás, El Comercio decidió prescindir de otro dibujante, Andrés Edery.
Algo que las actuales autoridades jamás comprenderán es que la literatura (y el lenguaje escrito y visual) tiene como función sacarnos de nuestra comodidad, ya sea al subvertir el lenguaje, al arriesgar un estilo distinto o al exponer los males que nos aquejan. Nuestros mejores escritores y escritoras lo han hecho en estos últimos años, y ojalá que los que vengan lo sigan haciendo. La literatura que no provoca reacción alguna en nosotros suele dejar de ser considerada como tal, que es tal como la imagina el Gobierno: un museo de personajes ilustres e inofensivos cuyas obras pueden ser recitadas mecánicamente.
Al premiar a Juan Acevedo, la Casa de la Literatura ha continuado con una larga tradición de reconocer a quienes han hecho del lenguaje (visual, en este caso) un instrumento de crítica y goce. Al censurarlo, el Gobierno ha continuado, a su vez, con otra larga tradición de perseguir y censurar el arte al sentirse amenazado. No espero que la coalición gris y triste que nos gobierna entienda el valor que la literatura ha tenido en formarnos como ciudadanos, como tampoco espero que entienda su importancia al permitir interrogarnos a nosotros mismos. Pero sí al menos que, durante su triste y lamentable paso por el poder, esta coalición no termine de hundir uno de los pocos espacios culturales que van quedando entre nosotros.
Historiador. Radica en Santiago de Chile, donde enseña en la Universidad Católica de Chile. Es especialista en temas de ciencia y tecnología. Su libro más reciente es Los años de Fujimori (1990-2000), publicado por el IEP.