Lo que la izquierda nos deja, por Miguel Palomino

"Debemos estar alertas en contra de quien ponga la democracia en peligro (como lo hicieron Pedro Castillo o Alberto Fujimori) porque siempre la democracia será el peor sistema de gobierno, excepto por todos los demás”.

Con frecuencia, al hablar de política se usan los términos de izquierda y derecha de manera muy poco precisa. ¿Qué significa ser de izquierda o de derecha? ¿Son posiciones en principio enfrentadas? ¿Nos referimos a una posición ideológica en el aspecto político o más bien de una posición sobre ciertos aspectos económicos?

En general, cuando se habla de derecha, suele referirse a alguien conservador, o reacio a los cambios extremos. El término de izquierda, en contraste, suele referirse a alguien que es más bien propenso al cambio, es decir, un liberal. Pero con esta definición acabaríamos más confundidos porque en el hablar común uno no asocia la palabra liberal con la izquierda, pese que así surgió el término: al comenzar lo que acabó siendo la Revolución Francesa, se sentaban a la izquierda los liberales que querían cambios radicales y a la derecha los conservadores que no querían cambios.

Parte de la confusión se debe a que estos significados son puramente políticos. Con esta definición, nadie diría que Vladimir Cerrón es de izquierda (liberal) si hablara respecto a lo piensa en torno a la posición relativa del hombre y la mujer en la sociedad peruana. Más bien en esto se parecería más a la posición de Rafael López Aliaga.

Es claro que hay algo más que separa el concepto de izquierda y derecha y esto es su posición en los aspectos económicos. En breve, desde el punto de vista económico, los extremos de derecha e izquierda son divididos por su posición respecto al libre mercado.

La izquierda piensa, en distintos grados, que el Estado es quien debe decidir los temas centrales de la economía y que lo hará en favor del pueblo, mientras que el libre mercado es un mecanismo cuyo resultado no es justo por estar basado en premisas esencialmente egoístas. La derecha piensa, en distintos grados, que el libre mercado debe ser el que decida los temas centrales de la economía y que el resultado será siempre mejor que el control estatal por ser el sistema demasiado complejo para poder controlarlo y porque además el control estará siempre dirigido a beneficiar a quienes tienen el poder.

Lo curioso es que, en los extremos, ambas posiciones tienen resultados muy parecidos: dictaduras como las de Nicolás Maduro en la Venezuela de hoy o la de Rafael Videla en la Argentina de los 70 son bastante parecidas. Se dedican a aplastar a toda oposición (no importa si es de derecha o de izquierda) para mantenerse ellos, y su grupo de secuaces, en el poder. Que lo hagan con eslóganes de izquierda o de derecha es lo de menos. El resultado es parecido al que sucede cuando definimos derecha e izquierda basado en si se era conservador o liberal y los resultados extremos eran semejantes. 

Lo que debe quedar claro es que la posición con respecto a la democracia es clave. En ambos casos, los extremos de derecha e izquierda acaban rechazando la democracia, por atentar en su contra. Es por ello que debemos estar alertas en contra de quien ponga la democracia en peligro (como lo hicieron Pedro Castillo o Alberto Fujimori) porque siempre la democracia será el peor sistema de gobierno, excepto por todos los demás.

Esto nos lleva a la discusión actual respecto a si el gobierno de Dina Boluarte, o ella misma, es de derecha o de izquierda. El gobierno actual es producto de un gobierno de izquierda desastroso que acabó en un autogolpe fracasado. Además, la presidente tiene una muy baja popularidad y es mantenida por una mayoría del Congreso sobre la cual, como veremos, no aplican etiquetas ideológicas (ni de derecha ni de izquierda) más allá de su propio interés personal o gremial. Así, a la izquierda le conviene desmarcarse de Dina Boluarte y pintarla como lo opuesto a ellos, para poder culpar a su gobierno de todo lo malo y decir que no es de izquierda. 

Examinemos la situación de la presidenta. Se presentó como la casi desconocida candidata a la vicepresidencia en la lista de izquierda (marcada) de Pedro Castillo, y formó parte de su gabinete. Ante la salida de Castillo, por causas más que justificadas, le correspondía legalmente a ella ser presidenta. Esta era una oportunidad de oro para cualquier persona ambiciosa, como lo son casi todos los políticos, lo cual no es necesariamente malo.

Al asumir la presidencia, la tildó de traidora la izquierda (parte de la cual ya estaba enfrentada a Castillo y Cerrón) que ya iniciaba la cantaleta del retorno de Castillo (aunque hay que notar que inicialmente muchos votaron por su vacancia). Recordemos que en la narrativa de entonces estaban más o menos parejos quienes creían que Castillo había intentado el golpe y quienes creían que el golpe se lo dieron a él. Así, huérfana de apoyo y sin partido, no le quedó otra que llegar a un acuerdo con quienes se mostraran dispuestos a respaldarla.

Es decir, no cabe duda de que la presidenta es de izquierda, tanto en términos ideológicos como en términos económicos, pero dadas las limitaciones de su formación, sus convicciones no parecen ser muy profundas. Además, dado que la presidenta está en modo de sobrevivencia, la verdad es que sus convicciones no tienen mucho que ver con lo que puede, o quiere, hacer.

Así, la presidenta está limitada en su actuar a aquello que logre una mayoría en el Congreso y eso se logra negociando cada medida. Ni siquiera puede vetar alguna ley sin socavar su apoyo. La presidenta (directamente o vía su primer ministro) nombra un gabinete, ciertamente mejor que los de Castillo (una vara muy baja), pero que depende en parte de las negociaciones en el Congreso.

Esto nos lleva a lo negativas y hasta contradictorias que vienen siendo muchas medidas aprobadas por el Congreso, que claramente no apoya al libre mercado. El ejemplo más claro es la reciente autorización de retiro de fondos en las AFP. Se pronunciaron en contra el Ministerio de Economía y Finanzas, el Banco Central de Reserva, la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP, y casi cualquier economista de renombre. Se expusieron sólidos argumentos que señalaban que el efecto era muy negativo para la gran mayoría de peruanos y esencialmente solo beneficiaba a un pequeñísimo número de personas ¡pero igual el retiro fue aprobado por un casi unánime 97 votos contra 5! El Congreso aprueba innumerables leyes que son, en el mejor de casos, populistas y la mayoría de las veces responden a intereses particulares que son claramente opuestos a la mayoría de la población. Este Congreso ciertamente no es de derecha en la práctica.

Dina Boluarte es prisionera, una presidenta de izquierda abandonada por quienes la llevaron a la presidencia y sostenida por un Congreso que de libre mercado no entiende nada. Con las elecciones calentando motores el próximo año, que no se nos venda la idea de que este es un gobierno de derecha: la izquierda debe asumir la responsabilidad política de Dina Boluarte.

Miguel Palomino

De La Oroya. Economista y profesor de la Universidad del Pacífico y Doctor en Finanzas de la Escuela de Wharton de la U. de Pennsylvania. Pdte. del Instituto Peruano de Economía, Director de la Maestría en Finanzas de la U. del Pacífico. Ha sido economista-jefe para AL de Merrill Lynch y dir. gte gral. ML-Perú. Se desempeñó como investigador GRADE.