Primero, señaló que el reloj era de “antaño” y que lo había comprado con sus ahorros producto de su trabajo. Luego, en mensaje a la nación, transmitido por TV Perú, y en simultáneo, al país entero, dijo que no iba a hablar de los relojes, porque había decidido hacerlo ante los fiscales, en primer lugar, por recomendación de su abogado.
A partir de ese momento, ella buscó, a como diera lugar, postergar las citaciones fiscales: una en la que se tenían que mostrar los relojes que han sido fotografiados en sus muñecas, en múltiples ocasiones; y la otra, en la que debe declarar los detalles sobre cómo obtuvo o adquirió esas joyas.
Los fiscales acudieron al hogar de la mandataria para visualizar las joyas, y no fueron atendidos por nadie. Se acercaron a Palacio de Gobierno, y no los recibieron. La respuesta fue el allanamiento del domicilio y la residencia palaciega, autorizado por el juez supremo Checkley, un Viernes Santo.
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El allanamiento legal ubicó indicios que tendrán que ser explicados. Certificados de joyas y tarjetas de garantía, que cuentan con números de referencia y que fácilmente pueden ser rastreados e identificados. Si Oscorima fue quien hizo el préstamo o regalo, hay un Rolex que existe y debe ser mostrado para ver si coincide con el certificado hallado en el domicilio de Dina Boluarte. Falta responder por los otros Rolex que han sido fotografiados en ceremonias oficiales y las suntuosas joyas que ahora resultarían ser una réplica.
Hay muchas piezas del rompecabezas sueltas y más preguntas que respuestas luego de escuchar a Dina en su laberinto. De más está decir que el tema, de lejos, no ha quedado zanjado. Cabe esperar cuál será el parecer de los fiscales y cuán satisfechos quedan tras las declaraciones brindadas.
Queda también una ciudadanía perpleja y disconforme por el nivel del absurdo de la explicación, que parece pueril y simplona. La prensa ha incidido en los cambios de versión, lo que indica que la investigación no se detendrá hasta conocer el fondo del Rolexgate, que bien puede resultar siendo el Waterloo del régimen.
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