El gran estreno de cine peruano del 2024, por Sandro Mairata

"Cuánto hizo Tito y cuánto dejó Óscar son preguntas que podrán resolverse. Lo importante hoy es ver Yana-Wara, que se sepa que ya está entre nosotros".

Sin actores conocidos, hablada en aimara y filmada en blanco y negro en formato 4:3 (cuadrado), Yana-Wara es una obra maestra del cine peruano, una joya de fondo y forma que se une a ese espacio reservado para un puñado de nombres como La muralla verde, Paraíso, Canción sin nombre o Wiñaypacha. En años venideros será materia de revisión obligatoria en facultades y escuelas, y muchas páginas se dedicarán al análisis de sus múltiples y complejas lecturas. Tal es la película entre manos.

Yana-Wara llega además para trazar una raya en la arena: frente al virus de la mediocridad que viene infectando el cine de Lima, obsesionado con comedias ligeras, biografías dudosas y lanzamientos oportunistas repletos de auspicios, lo mostrado desde Puno termina de reiterar que nuestro mejor cine, el memorable, el imperecedero, hoy por hoy se hace en las regiones, en la mayoría de casos en lenguas originarias. Por una cruel ironía, es este cine el que saca la cara por el Perú cosechando premios, pero es al que más se le quiere castigar quitándole incentivos.

En los Andes puneños ha sido asesinada Yana-Wara (Luz Diana Mamami), una niña de 13 años, a manos de su propio abuelo, Evaristo (Cecilio Quispe). Las autoridades comunales inician el juicio y nos enteraremos de los motivos del anciano: Yana-Wara fue violada y golpeada, a partir de lo cual comenzó a atraer a los espíritus malignos de las montañas, terminando poseída por el mal.

El gran Óscar Catacora (director de Wiñaypacha) perdió la vida durante la filmación de esta película y fue su tío Tito (director del extraordinario documental Pakucha) quien terminó el filme. La unión de ambos talentos es una mélange de misterios propios: allí donde Óscar era más de sugerir, Tito es más frontal, prefiere mostrar. La hermosa fotografía de composiciones soberbias y los hilos conductores de la historia beben de elementos de Akira Kurosawa, del neorrealismo italiano y, a nivel más personal, de Onibaba, el mito del sexo (1964), de Kaneto Shindō, a quienes los Catacora rinden tributo desde las atmósferas de su película hasta el afiche oficial de la misma. 

Envolvente en su sentido místico, Yana-Wara alcanza su clímax en una secuencia sobrenatural impactante tanto por lo que vemos como por lo que no; una lucha con demonios que se resuelve de forma magistral sin efectos digitales sino con pura pericia analógica. Siempre confrontacional, Tito nos presenta además quizá el fotograma más chocante en la historia del cine peruano y nos lo deja ahí, en la cara, por interminables segundos, para que terminemos de absorber la tragedia.

Cuánto hizo Tito y cuánto dejó Óscar son preguntas que podrán resolverse. Lo importante hoy es ver Yana-Wara, que se sepa que ya está entre nosotros.

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