(*) Psicólogo social. Facultad de Comunicación, Universidad de Lima.
El debate y los comentarios sobre lo ocurrido en Ayacucho se han centrado en el comportamiento de Ruth Bárcena y el jalón de cabellos de la presidenta Boluarte por parte de Hilaria Aime. Si bien esto tiene diversas implicancias, creo que también hay que revisar el discurso dado por la mandataria durante la ceremonia y alguna de las entrevistas posteriores otorgadas por el ministro Otárola al respecto. Dan luces sobre el contexto en el que transcurrió lo ocurrido, revelan qué tienen en la cabeza el primer ministro y Boluarte como estrategia frente al bajo nivel de aprobación de su Gobierno y, sobre todo, cómo están organizando su defensa frente a la responsabilidad en las muertes ocurridas durante su gestión. Unas muertes que volverán y volverán bajo diversas formas, ahora a través del arrebato de dos deudos, así las quieran cubrir de obras públicas, cemento o caramelos.
Todos sabemos del bajo nivel de aprobación del Gobierno y de la presidenta. También está sobre la mesa que ella y quien fue el ministro de Defensa al inicio de su Gobierno tienen una investigación pendiente por las muertes ocurridas durante las protestas a fines del 2022 y comienzos del 2023. Frente a ello, como señaló luego de lo sucedido en Huamanga el ahora presidente del Consejo de Ministros, en entrevista con Mónica Delta en Latina: “… Ella va a seguir viajando a todo el país…porque está haciendo entrega de obras que van a beneficiar a los menos favorecidos…”. Ante la preocupación de la entrevistadora por el ambiente adverso en el que estas visitas van a desarrollarse, Otárola insistió en que la audiencia no ha sido adversa. Le pidió a la conductora de ‘Punto final’ que pasara las imágenes en las que se muestra, según él, el cariño de la gente.
Uno revisa el video de TVPerú, el canal del Estado que el Gobierno usa y usará para hacer propaganda, y lo que se observa es un gobernador preocupado por contar con el favor del Ejecutivo, carteles fabricados para el apoyo y, en general, una portátil que se repetirá en cuanta región visite la mandataria. Lo que nos espera es un desfile por diferentes regiones donde, ante un público escogido para la adulación y un gobernador deseoso de apoyo a su gestión, se ofrezcan obras diversas. Para los que no estén presentes, muchas fotos y videos bien editados para ser difundidos por todas las redes sociales posibles. ¿Alguien en el Gobierno se estará preocupando por la credibilidad de lo que se propague?
Hasta ahí, es algo parecido a lo que han hecho otros presidentes. Se necesitan obras, las portátiles se arman constantemente y, finalmente, todo Gobierno tiene el derecho y el deber de difundir lo que hace. El problema mayor es la negación de donde se está, los silencios, la nula empatía con el dolor y la transacción que se propone. En Ayacucho, solo se mencionaron las protestas, de manera indirecta, y fue para vincularlas, una vez más, con la violencia de los manifestantes que “… solamente generan miseria atraso pena y dolor…”. Una forma de justificar las órdenes, o la tolerancia, frente a la violencia indiscriminada e innecesaria de las fuerzas armadas y/o policiales. Ni el esposo de Ruth Bárcena ni el hijo de Hilaria Aime estaban en las protestas, uno se dirigía a otro lado, el otro curioseaba.
Para tener más claro el panorama, vale la pena ver el video de lo ocurrido en Ayacucho. Uno escucha y no deja de llamar la atención cómo se construye un discurso tan disociado de la realidad. Algo que choca más aún cuando se observa la sonrisa al aire que acompaña a los caramelos que se arrojan con algún propósito que solo debe estar revelado a los asesores de imagen de Palacio. Pero el inconsciente hace sus jugadas y lo que se busca evitar aparece. Eso que no se dice, pero que se hace presente, tiene que haber sido percibido por Bárcena y Aime para terminar reaccionando de la manera en que lo hicieron. Una reacción airada, que ciertamente no se debe dar ni permitir, pero que expresa la rabia frente a tanta negación y mentira. Ahí va parte de lo dicho por la presidenta: “… No hay derecho para tanto olvido, no hay derecho para tanta pobreza, no hay derecho para tanto abandono, dónde han estado los presidentes anteriores, dónde han estado las autoridades anteriores… Ha tenido que venir una mujer presidenta para tratar a todos los peruanos como a sus hijos”. Más adelante sigue: “…Acá estamos para colocar la primera piedra en obras concretas que puedan cambiar la tristeza del rostro con una sonrisa, con una esperanza, con una alegría, para que puedan tener vida y salud…” .
¿No hay derecho para tanto olvido? ¿Tener vida y salud? Impacta que alguien que sabe que tiene una cuenta pendiente que elude vaya directamente a la región donde ocurrieron las muertes para decirles que ella no olvida. Más indignante aún que en el contexto de los decesos, cuya investigación va a lento ritmo, donde el dolor se ningunea, se diga que el cemento de las obras les cambiará la tristeza. ¿Cree que la pena de todos los afectados, que la solidaridad evidente de sus coterráneos, así como de muchos otros peruanos, se va a calmar con obras públicas? En otro momento, para hablar de lo que será un gran intento de lavarse la cara, la celebración de la batalla de Ayacucho, dijo: “Tenemos que celebrar con sangre ayacuchana, con sangre peruana, con sangre nacionalista”. El inconsciente en todo su esplendor. El pánico de la presidenta y de su premier los debe estar llevando a leer muy mal la realidad que pisan y a escoger penosamente las palabras que utilizan. Frente a un público adverso no hay peor receta que la de enrostrar el argumento rechazado sin reconocer ni una línea del punto de vista contrario. Un discurso unilateral, además de poco empático, es profundamente autoritario.
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Y esa vena vertical se ve confirmada con el uso de un discurso paternalista que pone en evidencia la confusión respecto a su rol como presidenta. No solo es la negación y la propuesta de calmar los reclamos de justicia con la ejecución del presupuesto público. Boluarte, o quien le escriba los textos, pretende ubicar a los ciudadanos como súbditos o miembros de un clan familiar: “Ha tenido que venir una mujer presidenta para tratar a todos los peruanos como a sus hijos”. La gente no quiere ser tratada como un hijo, quiere ser escuchada como ciudadano. No es la madre de nadie, sus responsabilidades son otras. En nuestra cultura política, las actitudes democráticas andan mezcladas con otras que nos remiten a una cultura vinculada a lo gamonal o lo parroquial. El comportamiento en el Congreso es un recuerdo cotidiano de ello. La intervención de la presidenta es un buen ejemplo de cómo tiene confundidas las cosas.
Durante su exposición en Ayacucho, la mandataria se preguntó por dónde han estado los presidentes anteriores. Lo sabe, y eso es lo que teme.
Profesor e investigador en la Universidad de Lima, Facultad de comunicación. Doctor en Psicología Social por la Universidad Complutense de Madrid y miembro del comité consultivo del área de estudios de opinión del Instituto de Estudios Peruanos (IEP). Viene investigando sobre cultura política y populismo.