Finalmente, tras días y semanas de bombardeos despiadados, luego de más de 4000 menores de edad muertos en Gaza, después de una destrucción horrenda y de la muerte brutal de algunos rehenes, Israel y Hamás están negociando con la mediación de Qatar y Egipto. Finalmente, la palabra recupera un mínimo protagonismo, aunque las armas sigan gritando como locas.
“No hay una buena guerra, ni una mala paz”, decía Benjamín Franklin, pero cuánta sangre tarda entenderlo. En este caso alrededor de 15,000 víctimas, entre soldados y civiles de toda edad, procedencia e ideas. Lo peor de todo es que se trata sólo de una suspensión de hostilidades, que ni siquiera se está cumpliendo a cabalidad, pues la violencia arrecia en Cisjordania.
¿Hay posibilidades de que esta tregua se extienda más allá y acabe con este conflicto maldito y recurrente? Lamentablemente, muy pocas. Ya Benjamín Netanyahu, el primer ministro israelí, ha adelantado que luego los ataques continuarán. Es una declaración crudamente sincera: sugiere que, aun si se libera a todos los rehenes, los bombardeos no tendrán fin.
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Que un movimiento violentista como Hamás desaparezca siempre será una buena noticia. Pero, dado lo ocurrido en Gaza, es muy difícil que la ira se contenga y que la paz llegue como una brisa mediterránea. Está todo hecho para que el fanatismo rebrote, si no en este mismo grupo islamista, en otro que pretenda reunir en un haz de furia las heridas dejadas por la guerra.
“Hamás es una idea, no algo que Israel pueda simplemente borrar”, ha declarado para la BBC Michael Milshtein, profesor de la Universidad de Tel Aviv, y todo indica que le asiste la razón. Los problemas de fondo están allí: la ocupación ilegal de territorios, la falta de voluntad política para demarcar límites, el asedio al que sigue sometida la población palestina.
Peor aún: una de las propuestas que ha circulado es desplazar a los habitantes de Gaza hacia el Sinaí, con lo que además se le complicaría la vida a Egipto, que ya es bastante resistente a dejar que los gazatíes crucen hacia su territorio por el paso de Rafah. En suma, el intercambio de rehenes israelíes por palestinos presos es un respiro que no tiene perspectiva a largo plazo.
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Si bien alivia el sufrimiento, la solución de dos Estados, o de un solo Estado binacional, hoy parece estar a leguas de distancia. Las emociones están turbadas por la magnitud de la violencia, algo que no pasará cuando se escuche la última explosión. Las guerras tienen el enorme, desgraciado, problema de que perpetúan el odio, apagan la mínima sensatez.
¿Qué tendría que pasar para que la escurridiza paz se consolide? Un giro político radical, tanto en Israel como en Palestina, abriría una luz a lo lejos de un túnel muy largo. Puede que, tras el conflicto, caiga Netanyahu, molido por sus errores. Pero incluso en ese caso no es seguro que su reemplazante tenga el coraje de asumir la realidad y no atrincherarse en su poder e identidad.
Lic. en Comunicación y Mag. en Estudios Culturales. Cobertura periodística: golpe contra Hugo Chávez (2002), acuerdo de paz con las FARC (2015), funeral de Fidel Castro (2016), investidura de D. Trump (2017), entrevista al expresidente José Mujica. Prof. de Relaciones Internac. en la U. Antonio Ruiz de Montoya y Fundación Academia Diplomática. Profesor de Relaciones Internacionales en la Pontificia Universidad Católica del Perú y Fundación Academia Diplomática.