Transitamos tiempos realmente difíciles como ciudadanas y ciudadanos en nuestro país. Sobrevivimos, en el sentido más estricto de la palabra, muy a pesar de la clase política actual, declarada enemiga de cualquier aspiración ciudadana de bienestar, del desborde de la criminalidad y su latente amenaza, de la crisis económica que deja sin salida a muchas familias y sin garantía elemental de alimentos suficientes sobre la mesa de sus hogares y a ello debemos sumarle, sin duda, la mayoritaria indiferencia e inacción del poder económico y mediático frente a este sombrío panorama.
En las últimas semanas, no solo las maniobras de ataque a la Junta Nacional de Justicia (JNJ) y la velada intención de capturarla para claros intereses de copamiento institucional, impunidad y manipulación del sistema electoral han dejado de manifiesto que el embate de las fuerzas violentas, antidemocráticas, reaccionarias y mercantilistas no cesa y pretende, aún más, replegar a la ciudadanía que hoy repudia su accionar.
Esto último queda manifiesto en su continuo ataque a la calidad educativa, superior y básica, al someterla a intereses mercantilistas por encima de su propósito superior de formar ciudadanos, a la memoria colectiva, con sus intentos de negacionismo y posverdad, al uso del espacio público y su restricción para la libre manifestación y protesta, a la movilidad segura a través de un transporte digno, que hoy se imposibilita debido a las subsistentes mafias, y, más recientemente, a la cultura con su intención de atentar contra los incentivos a la producción de cine nacional.
Replegar a la ciudadanía es negar su voz, como lo hacen cuando ignoran el reclamo insistente de justicia para las decenas de vidas apagadas a causa de la represión letal del Estado, el fin de la impunidad y la urgencia de construir una sociedad donde la justicia sea un propósito impostergable. Replegar implica reducir los espacios para los aprendizajes y reflexión que solo permiten una educación de calidad y crítica. Es también negar la memoria de la historia que pone a cada uno en justo lugar. Es limitar el mínimo bienestar necesario para vivir con dignidad a tal punto de pretender negar hasta su capacidad de expresión a través del arte.
La ciudadanía está bajo ataque, sin tregua, desde que las fuerzas aliadas que hoy ostentan el poder, desde distintos frentes, decidieron erosionar nuestra democracia, capturar las instituciones y someterlas a intereses subalternos. Un ataque por la espalda a una ciudadanía tomada por preocupaciones que la agobian y a la que son incapaces de mirar y escuchar; cuyo mandato fallido era el de representar y a la que han traicionado con vileza.
Frente a esto, la respuesta siempre será más voz, más acción y más ciudadanía. Más respuesta, más difusión, más movilización y más organización. Una ciudadanía bajo ataque debe responder con la contundencia y determinación que la urgencia de generar cambios profundos exige.