El Festival de Cine de Lima se acerca a los 30 años (esta es su edición 27) en muy buena forma: en un momento en que la cartelera comercial se llenó de ripio –varias películas sobre el demonio, tiburones, aviones que se caen, fin del mundo y La peor de mis bodas 3–, impresiona la calidad de lo ofertado.
Está la ganadora de Cannes, Anatomía de una caída, así como lo nuevo fresquísimo de realizadores como Wim Wenders, Aki Kaurismäki, Wes Anderson o Pedro Almodóvar, junto a una potente selección de cine latinoamericano y lo más reciente del cine peruano entre 44 títulos nacionales en total. Mejorar la distribución y promoción, esa es la tarea pendiente.
Hasta aquí la nota de prensa.
Lo peor de este festival no tiene nada que ver con la PUCP, sino con la majadería política de haber aislado a su Centro Cultural y al Cineplanet Alcázar (sede de varias funciones) por el desvío del transporte público en San Isidro. Hoy casi solo se puede llegar o en vehículo propio o en taxi, cuando no tras extensas caminatas. Habrá que esperar tiempos más razonables –bicicletas y escúteres suenan bien solo en teoría.
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Varios comentarios a la oferta de este año.
Película inaugural. La muralla verde restaurada es todo un evento, pero este trabajo aún no está listo. Los desbalances de color, problemas de audio y demás nos hablan del camino por recorrer, agradeciendo por supuesto lo ya logrado.
Cine peruano. En la Competencia de Ficción, mi favorita es Yana-wara, obra fina en blanco y negro y aymara del desaparecido Óscar Catacora y terminada por su tío, Tito. Pero no hay consenso porque Historias de shipibos y Diógenes también tienen muy alto nivel: las tres están parejas. Eso sí, La erección de Toribio Bardelli no debió concursar. El filme de Adrián Saba tiene errores técnicos, una pobre dirección de actores y un guion inacabado. Desmerece entre el resto.
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Cine latinoamericano. Siguiendo con la Competencia de Ficción, sobresalen Los colonos y El castigo, ambas chilenas y muestra de las ambiciones de su industria. Totem (México) viene fuerte, pero Tengo sueños eléctricos de Valentina Maurel (Costa Rica) ha sido el bombazo. Un drama sobre despertares y fuertes conflictos familiares que ha hecho de su protagonista Daniela Marín una de las más requeridas, ahora que está en Lima.
Documental. Confieso no haberla visto aún, pero solo se oyen loas a El caso Padilla de Cuba, sobre la ruptura de la intelectualidad latina con la dictadura castrista a partir de la represión al poeta Heberto Padilla en 1971. Otras fijas: la notable Aula 8, de Héctor Gálvez (Perú), hecha con inteligente austeridad, y El castillo y El juicio, ambas argentinas. Una sobre la situación insólita de una empleada doméstica indígena que hereda una enorme propiedad y la otra una reconstrucción a partir de archivos de los juicios se vieran en Argentina, 1985. El eco de Tatiana Huezo (México) y Amando a Marta (Colombia) también merecen mención.
Nos vemos en el cine.
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No será Succession, pero este drama con Paul Giamati y Damian Lewis se despide con su séptima temporada por todo lo alto, continuando con la cacería del abogado Chuck Roades (Giamatti) en pos del dudoso financista Bobby “Axe” Axelrod. (Lewis).
Muchos recordarán la adaptación en 2011 con Matthew McConaughey de la novela de Michael Connelly sobre un abogado que ejerce a bordo de un lujoso Lincoln conducido por chofer. La serie rescata el espíritu original de la historia, aunque no todo el punche.
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