La escena política del 28 de julio no estaría completa con la sola mención del discurso presidencial. Hay un mensaje previo tan poderoso como los siglos que la Iglesia católica tiene sobre la tierra y con una calle que se manifestó, limitada y reprimida, pero que puso la nota adicional de protesta.
Las críticas del arzobispo Castillo fueron expresadas con respeto, pero sin dejar ninguna duda sobre la posición de la Iglesia. No se perdona que las muertes de civiles desarmados a manos de las fuerzas del orden sigan sin ser investigadas y sancionadas. Tampoco que se persista en hacer oídos sordos a los reclamos de la población, que quiere paz, pan y justicia.
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El mensaje de la presidenta Boluarte fue abundante en datos, tedioso y descontextualizado. No se trata de una gestión que empieza y debe plantear su estrategia de desarrollo. Es un régimen de transición y temporal, que empezó en el 2021 y que resultó constitucionalmente a cargo hasta que se convocaran a nuevas elecciones. La negativa del Congreso y del propio Gobierno de adelantarlas nos ha puesto en esta crisis política aún no resuelta.
Esos datos de la realidad no estuvieron presentes en el discurso y son básicos para entender qué plantea el Gobierno de Dina Boluarte. Ella fue parte fundamental del anterior régimen, al que ahora atribuye todos los problemas que tiene que enfrentar. Los 49 muertos durante las protestas del inicio del año son resultado de una dictadura que no pudo establecerse y en contra de una democracia que ella representaba, en la narrativa de la mandataria.
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Así como no acepta responsabilidad en la crisis política, tampoco la admite en la adversidad climática, tan mal manejada. Y aún menos ante la ola de recesión que nos afectará, sin que se precisen hasta ahora las medidas que se adoptarán ante el déficit fiscal o la caída de la recaudación.
Hubo mucho número, muchos millones y unas listas de lavandería de obras que se harán y que tienen su origen en otros Gobiernos, a los que interesadamente Boluarte no mencionó, para atribuirse el mérito. Todo ello fue contado y recontado durante tres horas innecesarias, sin que se delineara un horizonte compartido, eso que los gobernantes suelen mostrar y que se llama visión, en ese proyecto común llamado Perú.