Por años ya, la informe coalición oportunista que se acomoda a la coyuntura ha usado el amorfo concepto de incapacidad moral permanente para amenazar a los presidentes legítimamente elegidos. En particular, Pedro Castillo sufrió ataques articulados alrededor de su supuesta incapacidad, que fueron amplificados hasta el sinsentido por los medios tradicionales —con dignas excepciones—.
Castillo habrá sido un inepto y quizá un corrupto, y él solo se enredó en sus telarañas para autodestituirse en su absurdo del 7 de diciembre. Pero jamás llegó a los niveles necesarios para ser calificado como incapaz moral. Mientras tanto, la actual ocupante de Palacio de Gobierno ha hecho méritos abundantes.
Esta columna ha llamado a Boluarte cosplayer presidencial: alguien que se viste y actúa como un personaje de ficción para manifestar su fandom y ganar aprobación al interior del grupo de fans. Vestirse de Sailor Moon o del Doctor no te convierte en ellos, pero expresa cómo quieres ser visto y hasta en quién quisieras convertirte si tal cosa fuera posible. Boluarte hace cosplay presidencial cuando simultáneamente dice que no tiene poder, pero luego dedica la semana a aparentar tenerlo en ceremonias militares. Recibe los honores porque lleva el ajuar presidencial, pero ha decidido que no tiene que asumir los costos y riesgos de liderar nuestro país.
Expresa sentimientos compatibles con los de cualquier ciudadano, pero no intenta cambiar las circunstancias o tomar las decisiones que harán mejor la vida de los ciudadanos que supuestamente lidera, o de la nación que supuestamente encarna. Ha vaciado su rol hasta reducirlo a un disfraz. Su responsabilidad en todo lo que nos pasa —desde las tragedias humanas causadas por las armas del Estado hasta la cotidiana destrucción del sector público, pasando por los insultos de su exministro de Educación— es clara y legalmente indiscutible. No importa cuántas veces repita que no es asunto suyo.
Bajo cualquier evaluación, la gestión de la señora Boluarte es demostración palpable de incapacidad moral permanente. Ha demostrado que no es informada, que no tiene claridad política ni voluntad moral, ni intención de aprender; y que evade responsabilidades aunque abrace las formas. Sus méritos son tan grandes que en cualquier otro escenario el Congreso ya habría hecho siquiera la quinta parte de esfuerzo que hizo desde el día uno para sacar a su antecesor. De más está decir que no lo harán, pues a los que quieren reducir el país a pedazos rentables la tienen como parachoques y justificación. Pero el destino puede serle duro: el disfraz no la protegerá del juicio de la historia ni del juicio político cuando los vientos cambien.
Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.