Por: Eduardo Villanueva
Estamos en el inicio de año más intensamente caótico de la historia reciente. Nadie niega la abundancia de caos que soporta nuestra atribulada república, pero la simple suma de muertes, iniciada en diciembre, es la señal de una completa falta de rumbo.
En particular, la cantidad de comentarios en sorna, agresivos o simplemente cretinos ante las lluvias de los idus de marzo deja en claro que estamos entrampados en una ficción, la de que una victoria en cualquiera de las muchas disputas que inventamos tiene importancia. Los que se regodeaban en que no cayera un diluvio en Lima para burlarse de quien fuera, simplemente, actuaban como si las muertes en el resto del país o las desgracias múltiples en todas partes no significaran nada.
Al mismo tiempo, el ciclo interminable de sufrir como siempre por lo que podría ser manejable termina encalleciendo conciencias. Hace apenas seis años el norte costeño fue aplastado por lluvias; nada cambió y al parecer nada cambiará. Nadie pidió que Trujillo sea movido —aunque debería—, pero que los ríos invadan las mismas ciudades de la misma manera es más que doloroso o indignante: apunta a un deterioro de la sociedad que se expresa en la política, pero no se agota en ella.
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Las señales de pequeñas solidaridades —desde comuneros que protestan hasta vecinos que se ayudan— no impiden considerar que la carencia fundamental del país es entender cómo hacer que algo funcione más allá del momento, que seamos capaces de alterar cursos para salvarnos de desastres obvios y predecibles.
Este entrampamiento fundamental termina siendo reforzado por políticos absurdos. Solo en el interior de su desolada imaginación es posible pensar que el ejercicio performativo de caminar por el agua desbordada le rendirá rédito político a la cosplayer presidencial, sobre todo si cuando pudo hacer algo optó por ignorar las advertencias.
Es pues urgente la reconstitución del Estado, no solo con mejores funcionarios, sino con orientaciones a resultados y más ciencia en sus procesos y decisiones. Las lluvias de este año son la señal de lo que se viene, de desastres que se volverán constantes: nuestra nueva normalidad.
Ante ella, el Estado no puede seguir siendo terreno de disputas menudas y de procesos sin propósito, sino que tiene que ser repoblado y reorientado, a todo nivel, por gente que sepa qué hay que hacer y que escuche a los científicos y a los especialistas para intentar dar pistas de mitigación de las pérdidas humanas y materiales que enfrentaremos, y buscar caminos de supervivencia como sociedad, como nación.
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Menos troleo, cosplaying y figuración; más ciencia y profesionalismo orientado a resultados. Improbable, pero al menos hay que decirlo.
Profesor principal del departamento de Comunicaciones de la PUCP. Investiga sobre política y desigualdades digitales, y el contacto de estas con prácticas de la cultura digital, desde memes hasta TikTok.