Qué simple y qué pobre es cierto pensamiento dicotómico que convierte la realidad en un blanco y negro ausente de matices, de dimensiones, de capas.
No pretende este relato ahondar en quién es más inteligente o no, o cuál inteligencia —de las múltiples que existen— es mejor para enfrentar la vida. No buscan estas líneas evidenciar quién entiende mejor la realidad, quién la hace suya, la transita, le saca el jugo.
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Lo que busca este texto es poner en evidencia cómo una pequeña parte —muy escondida y remota de la razón— no puede ver, o no quiere ver, que los seres humanos podemos hacer las cosas basados en principios y no en pragmatismos de suma y resta.
Dos ejemplos.
Año 2000, en Lima, la plaza San Martín ebullía de gente. Los sectores universitarios movilizados desde 1996 contra la Ley de Amnistía, contra la destitución de los magistrados del TC, allí se encontraban.
Movilizados, también, contra la reelección corrupta y para exigirle al PJ —a voz en cuello— juzgar y sentenciar a Montesinos y a Fujimori por asesinos y ladrones, se mezclaban con decenas de miles de ciudadanos de todos los colores políticos. En un balcón del hotel Bolívar hablaban los representantes de la oposición. Allí estaba Alejandro Toledo.
Toledo encabezaba la oposición, pero no hablaba por los jóvenes. Nada de lo que aquellos estudiantes defendieron tenía que ver con Toledo o su partido. Era el retorno a la democracia la que los aglutinaba. Esa noche, cuando Toledo presentó a Morales Bermúdez, aquellos muchachos y muchachas —recuerdo— se dieron media vuelta y abandonaron el mitin. Dejaron allí —con la palabra entumecida— al viejo golpista, miembro del Plan Cóndor y que murió, tristemente, pedido por la justicia italiana.
Ligo esta historia con el inicio de este texto. Hay unos pocos que sostienen, aún hoy, que fue Toledo quien los congregó. Falso, estaban allí por principios, innegociables. Llevaban cincos años en la brega democrática y esa noche dejaron solo al entonces líder de la oposición como lo hicieron siempre. Por principios.
Un ejemplo más reciente. Castillo llegó al poder sin fraude. Tuvo interpelaciones y censuras cada dos días, más allá de propias falencias y pillerías inaceptables. Rompieron el equilibrio de poderes, la prensa concentrada enfiló su artillería, movieron la calle, usaron todo para eliminar a un presidente legítimo. Quienes lo hicieron notar, quienes evidenciaron las artimañas de la derecha cobarde, quienes no dejaron de mirar la celada que le tendían resultaron, para los dicotómicos, en castillistas y defensores de su régimen.
Pobres mentes que no pueden entender que se defienden principios, no personas. Mientras unos hacen y deshacen pensando en el rédito, en las sumas y restas y en las consecuencias —para ver cómo se acomodan—, otros usan los principios como la innegociable forma de entender el mundo y actuar en consonancia. ¿Dónde se ubica usted, estimado lector?
Comunicador por la UL. Hace 22 años que conduce y produce en radio y Tv. Cursó la Maestría en Ciencia Política en la PUCP. Ha dirigido el Área de Asuntos Públicos del IDEHPUCP. Enseñó periodismo en la UPC y fue corresponsal de Radio Nederland de Holanda. Actualmente conduce “El Informativo” en Radio Nacional.