Pocas cintas de 2022 se merecen tanto el rótulo de “obra maestra” como La decisión de partir (Heeojil gyeolsim), un paso más arriba en la ya impresionante carrera del genio surcoreano Park Chan-wook (Oldboy, Lady Vengeance), quien le diera su primera oportunidad en la industria a otro maestro, su brillante discípulo Bong Jong-hoo (Parásitos).
La decisión de partir es una historia de amor, misterio y obsesión resuelta con inagotable creatividad en la narración audiovisual, jugando con significantes y significados al confrontar al espectador sobre lo que pretende saber y lo que realmente está ocurriendo. Park rinde así un homenaje nítido al Alfred Hitchcock de Vértigo, tomando elementos de otras obras del director británico como La ventana indiscreta. El resto es Park al ciento por ciento.
En Busan, el detective Jang Hae-Jun (Park Hae-il) vive una vida rutinaria y padece un insomnio severo; su esposa, Jung-an (Lee Jung-hyun) reside en la ciudad cercana de Ipo, y se ven los fines de semana. Investigando el caso de un exoficial de migraciones que ha muerto al caer de una montaña, conocerá a la joven viuda de éste, Song Seo-rae (Tang Wei). Seo-rae es una hermosa pero humilde inmigrante china que habla mal el coreano y trabaja cuidando ancianos. Ha sido, además, tatuada con las iniciales de su esposo en el cuerpo y no llora su muerte. Tiene asimismo, rasguños en el cuerpo. ¿Es o no culpable de homicidio?
Spoiler: No esperen sexo ni besos inútiles. Tang, actriz china de amplios pergaminos en su tierra, reinventa de la mano de Park el arquetipo de la femme fatale para los nuevos tiempos. No es exuberante, no muestra escotes, no es realmente sofisticada. No envuelve a Hae-Jun sino que deja extendida una telaraña para que el incauto caiga vulnerado por sus emociones. En una segunda mitad del filme, Tang entenderá que ella misma podría ser víctima de su trampa mortal. Impecables actores en sus roles, sentiremos lástima al comprobar que el único amor posible entre ambos protagónicos es ese vínculo obsceno y tóxico que los hace desearse sin remedio.
Park reluce todo lo que es capaz de hacer la tecnología coreana en pantallas. Si buscan un detrás de cámaras en YouTube, verán cuán insospechadamente digital es este filme. No diré más. Los planos antojados y saltos de edición caprichosísimos en un principio confunden al espectador y luego nos acostumbran a estas leyes narrativas propias del director.
El guion, obra de arte por derecho propio, se vuelve tan compacto que hasta el mínimo detalle relevante se encuentra explicado, tiene sentido, está resuelto. Hae-Jun solo encuentra felicidad persiguiendo homicidios, tragedias, crímenes. Tiene sentido que pierda la cabeza por Seo-rae. Como todos nosotros.
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