Es de Perogrullo afirmar que Lima es una ciudad ingobernable por su cualidad de informal y anómica. Para nadie es ajeno reconocer que vivimos en una urbe caótica. Recuerdo el ensayo de Porras El río, el puente y la alameda y, temo decirlo, goza de una vejez perpleja. Acaso Chabuca Granda solo es recordada por su melodía ante la evidencia del desbarajuste. Solo me quedan los textos de Matos Mar sobre el “desborde popular” y la recopilación de Augusto Ortiz de Zevallos “Lima a los 450 Años”, que tiene coherencia con la metrópoli en su laberinto. Ergo, para administrar a la capital del Perú se necesita una visión de estadista, de planificador y de ser un líder lúcido ante la babel del laberinto.
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Nada de eso tenía Jorge Muñoz Wells, el alcalde vacado. Su gestión era el lujo de la apatía, su mirada gozaba de la incuria del obtuso. Lo afirmo porque aunque no exista el manual del buen burgomaestre, el uso de su práctica social dice que un buen alcalde tiene que saber gestionar, ser un buen árbitro y priorizar la seguridad de sus conciudadanos. Recuerdo a Alberto Andrade, alcalde de Lima durante los periodos 1995-1998 y 1998-2002. Y lo recuerdo porque lo vi actuar como un gobernador eficaz, por ejemplo, en organizar la defensa de la capital frente a los desastres causados por los ríos Chillón y Huaycoloro.
Él también fue miraflorino pero había estudiado Derecho en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. Esa fue la diferencia con Muñoz Wells, quien no cumplió sus promesas de campaña y que en el colmo de su picardía clasemediera, cobró religiosamente sus dietas por haber sido miembro del directorio de Sedapal y alcalde metropolitano al mismo tiempo, pese a estar prohibido por ley. Amnésico de sus proyectos, como dice Edwin Cavello, en los casi cuatro años que estuvo como alcalde no pudo emprender una gestión competente y mucho menos pudo realizar obras emblemáticas para la ciudad.
Muñoz Wells, quien me mandó una carta notarial porque le dije sus cuatro verdades, será recordado por su famoso puente peatonal de medio kilómetro para cruzar la Costa Verde y por ser una nulidad para organizar a la ciudadanía contra los estragos de la pandemia. Bueno, su sucesor es otra joyita, el arquitecto Miguel Romero, quien omitió información en su hoja de vida como candidato y que estaba relacionado a cinco empresas del sector constructor. Dios mío, qué tragedia. Y no poder evitarla.
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