Por Sandro Mairata | @CINENSAYOLat y @smairata
“Hasta que nos volvamos a encontrar” es ese tipo de cintas que cada cierto tiempo aflora para dividir opinión. Aquí vamos.
Salvador (Maxi Iglesias) es el heredero de un imperio hotelero español y viene a construir un hotel de lujo en el Cusco; la bella Adriana (Stephanie Cayo) se sentirá afectada: el lugar elegido para construir es el terreno del hostal-Airbnb que gerencia su tía Lichi (Wendy Ramos), donde Salvador se hospeda. La chispa prenderá entre el extranjero y la peruana y se iniciará un romance que los llevará a recorrer Cusco y luego partes del Perú.
El filme de Bruno Ascenzo tiene momentos que entretienen, pero es una suma de preocupantes desaciertos. El más grave de ellos es su guion.
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¿Cómo pudo recibir luz verde para ser filmado? El romance de hora y media entre Ariana y Salvador nos deja sin conocerlos realmente. Con “solteros, sin compromiso” se resuelve la vida de dos extraños sin pasado. De él sabemos poco, solo que tiene un padre-jefe a quien complacer.
Ella es una misia pero viajera que “no conoce las playas del norte”, pero a la vez con suficiente dinero para hacer lo que le viene en gana.
Ascenzo nos pinta un Perú inexistente. Los amantes tendrán un Machu Picchu vacío para ellos solos y caminando por la ceja de selva hallarán sin cuidado de nadie unas hermosas piscinas termales. Entretanto, Ariana es una embajadora chirriante de su país que goza dejando en ridículo a su galán: “El cajón es un instrumento peruano, lo que pasa es que cuando vinieron tus compatriotas lo vieron y se lo llevaron, junto con otras cositas”, le dice, o lo trata de ignorante hablándole de las “3 mil variedades de papa”.
“Solo hay un Machu Picchu, y ese no lo puedes remodelar”, dice, como si las ruinas no estuvieran a más de 100 kilómetros de ellos. Al menos, la saga Asu Mare es consciente de su mundo fantástico de ironías. Aquí no entendemos por qué nos quieren tomar el pelo.
Costumbres como la huatia o una improbable noche bailando festejo en Cusco se mezclan a un reparto multicultural que se usa siempre de fondo; Adriana ni siquiera considera irse con algún cusqueño en su huida a Paracas.
No le vemos amigos. El padre de Salvador es el peor escrito: “Esta casa cuesta lo que el papel higiénico en España”, “nunca acepto un ‘no’ por respuesta”, dice el patriarca villano de telenovela.
Presencias como la de Mayella Lloclla son desperdiciadas; Cayo e Iglesias carecen de química en pantalla más allá de dos actores que se sonríen por fuerza de sus personajes. Ramos es lo mejor de todo el filme: su natural carisma y oficio ayudan a superar las trabas de una historia que sabemos cómo acabará. Los impecables acabados técnicos y los impresionantes paisajes no ocultan que este gigantesco clip promocional turístico tiene objetivos comerciales lejanos de otros esfuerzos. Para otra vez será.
Stephanie Cayo y Maxi Iglesias
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