Por Leda Pérez (*)
En poco más de una semana, dos seres humanos cuyas contribuciones dejaron huellas indelebles en el mundo fallecieron. Paul Farmer, médico y antropólogo estadounidense, partió el 21 de febrero en Ruanda, donde estaba trabajando en uno de los proyectos educativos que fundó. Blanca Figueroa Galup, educadora y psicóloga peruana, se nos fue el 2 de marzo, dejando a su tierra natal y sitio de su lucha infatigable por los derechos igualitarios de trabajadores del hogar. En el medio de estas dos partidas, el 24 de febrero estalla la guerra más significativa en Europa de los últimos 80 años.
Mi reflexión es que —en Dr. Paul, a quien conocí hace 20 años por su trabajo en Haití y en el Perú, y en la Sra. Blanca, cofundadora de Asociación Grupo de Trabajo Redes (AGTR)-La Casa de Panchita, espacio de apoyo moral, físico y existencial para miles de mujeres y niños— se nos han ido dos líderes excepcionales con la capacidad de emplear sus respectivas inteligencias y habilidades a favor del bienestar y de la dignidad humana.
Lejos de este país del sur, y de los muchos problemas que enfrentamos aquí, se pelea una guerra nueva, con pérdidas de vida en menos de 15 días, sin un fin claro en el horizonte. Y en lo único en lo cual puedo pensar es en Blanca y en Paul, con David Bowie cantando en el trasfondo: We could be heroes just for one day.
Como tantos otros, me siento impotente e inútil frente a los hechos con los cuales nos toca vivir. En la fase final de una pandemia que ha durado dos largos años, con tanta muerte de por medio, experimentamos un cambio climático que avanza y promete incinerarnos si es que no nos ahoga primero, mientras, como en la escena del cuarteto que tocaba durante el naufragio del Titanic, algunos prefieren obviar la realidad. Ahora somos testigos de los acontecimientos en Ucrania, del horror de la guerra una vez más.
Frente a lo anterior digo, el mundo te echará de menos, Paul. Tu mirada sencilla a las necesidades de los seres humanos, especialmente aquellos enfermos con VIH-Sida o TB —salvó vidas, sanó almas—. Y a ti, querida Blanca, no te olvidaremos. Abriste las puertas de ese espacio, y de tu corazón, para miles de mujeres y niños menospreciados y maltratados por la simple necesidad de trabajar. A mí también me diste la bienvenida y un potente ejemplo de lo que significa ayudar y luchar por cambios justos y fundamentales. Tus esfuerzos siguen vivos junto con tu imborrable legado. Quiero más seres como ustedes, héroes de todos los días que saben lo que se tiene que hacer, y lo hacen, simplemente, constantemente.
(*) Profesora de ciencias sociales y políticas de la Universidad del Pacífico e investigadora del CIUP.
Profesora de Ciencias Sociales y Políticas de la Universidad del Pacífico e investigadora del CIUP.