Hace un par de días acabo de culminar un taller de redacción organizado por Artífice: Crónicas contra el olvido. El resultado fue harto halagador. Pocos de los participantes eran de Lima. La mayoría eran de provincias y del extranjero. Aquello fue un mérito. Todos muy jóvenes, trabajaron en numerosos proyectos que al final resultaron textos inolvidables.
En una de las sesiones recordé al escritor peruano Luis Loayza gracias a una crónica que había escrito: “El hombre que tejía las palabras”. Ahí afirmaba que Loayza fue uno de los prosistas más destacados de las letras peruanas y gozó el privilegio de ser un autor de culto que decidió vivir en la memoria y oculto. Narrador, traductor y ensayista de raro talento, Loayza nació en Lima en 1934 y murió en París a los 83 años, víctima de una complicación hepática. Y el auditorio quedó más que sorprendido.
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Loayza había publicado apenas dos libros de cuentos, una novela y dos volúmenes de ensayos. En ellos siempre encontraba, como una sinfonía magistral y vuelta a escuchar al infinito, una prosa pulcra, tan exquisita como exacta. Es que Loayza trenzaba las palabras. Y en ese huso fue atrapado desde 1955 cuando publicó El avaro, su primer libro de relatos. Ahí dice, refiriéndose a un imaginario maestro: “Yo anotaba cada una de sus palabras con espesa tinta negra sobre grandes papeles que al final del año cosía”.
¿Cosía o tejía? Cierto, leer a Loayza es destejer y tejer de un lienzo escribal los términos en su mejor término. Un gozo de lectura, un deleite de lección. Sus textos tienen tersura y textura. Imaginan un pasado extraño e inmemorial para contarnos de lo más íntimo y apropiado. Aquello que uno percibe de la soledad y el desencanto.
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Limeño más que peruano, Loayza fue (es) la reserva ética de nuestros escritores más lúcidos. Ensayista de cuajo y empaque como consecuencia de ser lector impenitente, enfrenta el acto del ensayo literario para articularse a una lectura creativa a su vez y ejercitar la imaginación crítica. Así, como dicen sus estudiosos, al mejor estilo en inglés de escritores como Edmund Wilson y Cyril Connolly; avanza al concepto francés al mejor estilo de Paul Valéry y Maurice Blanchot, y se aloja entre los nuestros en la huella de don Alfonso Reyes, Octavio Paz y Ortega y Gasset. Dije al principio de la obra breve de nuestro escritor. Y ahora pregunto, no será al revés, que breves son sus lectores. Usted se lo pierde.
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