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La cultura de la ignorancia

“Sin una educación orientada a entender y salvaguardar los valores esenciales de la democracia, los Belmonts y Chibolines seguirán pululando y atrayendo a políticos despistados”.

Primo Levi, el escritor italiano sobreviviente del campo de Auschwitz, sostenía que cada era tiene su propio fascismo (cita tomada de un artículo de Henry Giroux, publicado online en la revista Salon). Cada era y cada sociedad, podríamos añadir. Así, los ataques a las librerías Book Vivant y Última Parada –en ambos casos en relación a un libro de Francisco Sagasti– forman parte del nuestro. Lejos de ser tan solo anécdotas grotescas protagonizadas por personajes ridículos o violentos, se trata de síntomas alarmantes de la proliferación de un sentido común en contra del pensamiento crítico.

El problema no es Sagasti, cuyo libro, como toda publicación, requiere ser analizado y debatido. Más aún, en un país con índices tan bajos de lectura como el nuestro, podría parecer ocioso preocuparse por este ángulo. Bastaría con una lectura política, en la cual el expresidente es vilipendiado por no haberse sumado a la gritería por el inexistente fraude en las últimas elecciones. Mi opinión es que esta mirada es correcta pero no agota el problema.

Cuando vemos que el presidente Castillo anuncia el nombramiento como asesor de un personaje como Belmont, o que la presidenta del Congreso, Maricarmen Alva, acude al programa de Chibolín para recibir una condecoración, sabemos que estamos en graves problemas. Los principales representantes del Estado lo pervierten, acaso sin advertirlo.

De un lado tenemos una educación pública notoriamente deficiente. Del otro tenemos una privada que responde, como sucede en buena parte del mundo, únicamente al interés económico. Los resultados están a la vista. Lo cual no significa que debamos resignarnos a este deprimente estado de la cuestión. Sin una educación orientada a entender y salvaguardar los valores esenciales de la democracia, los Belmonts y Chibolines seguirán pululando y atrayendo a políticos despistados. Valores tales como igualdad de derechos, reconocimiento del otro, respeto por la voluntad expresada en las elecciones –sobre todo cuando no nos gusta el resultado–, libertad. Viendo el panorama actual, en donde grupos de mercenarios en el Congreso quieren traerse abajo a la Sunedu, hay motivos de sobra para ser pesimistas. No obstante, esos son también los motivos para seguir dando la pelea contra los enemigos de la libertad de pensamiento y expresión. Vengan de donde vengan.

La República

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