Al inicio de la creación surgieron como objetos meramente utilitarios: protegerse del frío, del sol, la lluvia o el polvo. Con el avance de la civilización humana se llegó al punto en que un sombrero puede cambiar la personalidad de quien lo usa, permitir que sobresalga y hasta camine de manera diferente. Un sombrero puede propiciar que la persona se sienta interesante, más segura y hasta embellecida, afirma el diseñador irlandés Philip Treacy, habitué de las bodas reales europeas a las que sombrerea de lo lindo.
Desde la era de los faraones egipcios o el pétaso de los griegos, con los sombreros se ha expresado sensualidad, elegancia y hasta poderío. Un sombrero proclama, silenciosamente, connotaciones sociales y mensajes, tal cual ocurre con las coronas de los reyes, las boinas de los militares, las mitras de los obispos u hoy mismo con el sombrero de paja toquilla, a la fecha compañero insustituible del primer presidente culturalmente andino del Perú.
El sombrero de Castillo, que a muchos de sus gobernados profraude disloca y les hace ruido verlo, imbatible, sobre la cabeza del gobernante, incluso en escenarios multilaterales durante sus viajes fuera de la patria —una osadía mayor—, guarda un secreto sincrético. ¿Qué abstracciones habitarán el inexpugnable ecosistema entre el cráneo y el sombrero de Pedro Castillo? Se preguntan, pero, como siempre, muchas son las especulaciones y una sola la verdad: hasta la llegada del “prosor”, los peruanos veíamos al sombrero solo como un objeto decorativo, cuando, en realidad, nuestras irrevelables fuentes chotanas aseguran que el obstinado uso del sombrero responde, más que a su identidad ronderil, a un sofisticado pensamiento mágico.
Aconsejado por los suyos, antes de que empiece la segunda vuelta, Pedro Castillo se arrodilló ante el altar de la pequeña iglesia de Chota e hizo una promesa de campaña a cambio de ser elegido: alegorizar el atributo de nuestro mesías, de quien toda su familia — natural— se declara más que devota. El secreto bajo el sombrero del “prosor” radica en el círculo que la iconografía cristiana incorpora detrás de la cabeza de Jesús.
El nimbo, así se le llama, representa la luz divina, el nuevo amanecer o el dios sol de la mitología grecolatina y, en este caso, la incaica. En buena cuenta, el sombrero chotano simboliza el circulo de luz del hijo de Dios. Cuidado.
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