Lima en su burbuja

“Pensaron que atacándolo o excluyéndolo, o segregándolo, se podía terminar con ‘el problema’. Y fíjense. Ahí está Castillo, entero como un roble...”.

Si no aprendemos la lección de estos comicios, no sé qué más tendría que pasar para que los limeños echemos cable a tierra, la verdad. Los números y los nuevos colores del Perú, rojos y naranjas, nos dicen una sola cosa. Que hay una gran parte de nuestro país que siente que el Estado ha fracasado, que ha fallado, que no llega donde debe llegar, que tiene que cambiar y reformarse. Y algo no menos importante, nos han restregado en la cara que Lima no es el Perú.

Lima sigue siendo ombliguista, racista, clasista y elitista; una suerte de “minipaís” totalmente aislado del resto, alienado, enajenado, en el que se ha instalado “un sistema de privilegios y castas”, parafraseando a Jorge Bruce. Muchos limeños han sido incapaces de ver y comprender un fenómeno que ya había surgido con Alberto Fujimori en 1990 y, más tarde, con Ollanta Humala, en el 2006 y en el 2011.

El primero se convirtió en un autócrata de derechas, corrupto hasta el tuétano. En un abyecto criminal. El segundo fue domeñado y cooptado por la derecha mercantilista. Ambos olvidaron el origen que los catapultó a la presidencia. Y la fractura social siguió ahí, abriéndose paso.

Ahora, varios años después, resurgió el mismo fenómeno con el rostro de Pedro Castillo. Y los excesos verbales no se hicieron esperar. Desde la Lima colonial se enmascaró el racismo y el clasismo, y se le dio una envoltura ideológica. El Cuco del comunismo y del terrorismo.

Entonces, al profesor provinciano, además de cholearlo, se le terruqueó. Y la campaña giró en torno al odio y el menosprecio del otro, agudizando, otra vez, la desigualdad y la indiferencia.

Más todavía. Algunos medios de comunicación dejaron de hacer periodismo para hacer propaganda. Lo más grosero, sin duda, ha sido el rol que ha venido jugando América TV, desde que eyectó a Clara Elvira Ospina con el propósito de invisibilizar a Castillo, hasta el domingo por la noche, cuando ya era imposible esconder lo evidente.

Lo más alucinante es que el fenómeno no era nuevo, y aun así cayeron en los mismos errores. Pensaron que atacándolo o excluyéndolo, o segregándolo, se podía terminar con “el problema”. Y fíjense. Ahí está Castillo, entero como un roble, aunque debe estar más asustado que un ciego en una balacera, pues se ha encontrado, de súbito, en un lugar que jamás imaginó, sin tener la más mínima preparación para el desafío que se le viene si los resultados de la ONPE terminan por favorecerlo.

A ver si en esta ocasión aprendemos algo de estos comicios signados por la polarización y un insufrible espíritu de guerra civil.

Pedro Salinas

El ojo de mordor

Periodista y escritor. Ha conducido y dirigido diversos programas de radio y tv. Es autor de una decena de libros, entre los que destaca Mitad monjes, mitad soldados (Planeta, 2015), en coautoría con Paola Ugaz. Columna semanal en La República, y una videocolumna diaria en el portal La Mula.