Los lenguajes
¿Los lenguajes de los candidatos influyen en las elecciones?

¿Los lenguajes de los candidatos influyen en las elecciones? Quizás sí, pero no siempre parecen hacerlo de la misma forma. En la teoría un castellano “bien hablado” puede despertar simpatías, pero a millones les resulta difícil identificarse con él. Más aún, en un país con intensas grietas sociales, eso puede generar rechazo.
En verdad, más que correcto o incorrecto, nuestro manejo del idioma (la pronunciación, el tono, los giros gramaticales, la inseguridad o el aplomo) es la marca de quiénes somos, de cómo estamos ubicados en el mapa social del país. Así eso, que nos entra por el oído, es una parte importante de lo que los candidatos traen a la política.
Fernando Belaunde y Alan García ganaron dos elecciones cada uno desde un uso notoriamente seguro del idioma, si bien marcado por distintos orígenes sociales en la propia clase media, uno el Cercado y el otro Barranco. El castellano “bien hablado”, y llevado como una suerte de atributo natural (que lo era) fue un activo político que ambos aprovecharon.
Pero ha habido otros castellanos en las contiendas. Alfonso Barrantes se expresaba con cuidada corrección, en un acento provinciano que sin duda lo ayudó a obtener la alcaldía de Lima. Un caso parecido es el de Yonhy Lescano, quien pudo avanzar considerablemente su ficha con una combinación de castellano estándar y marcado acento provinciano.
Quizás podemos añadir a Alejandro Toledo y Ollanta Humala, ambos con un castellano estándar, el primero de provincias, el segundo no, pero ambos con una inseguridad a la hora de hacer política.
Un caso emblemático en la confrontación de lenguajes sigue siendo el de Mario Vargas Llosa y Alberto Fujimori. El primero con un castellano de la Real Academia, el segundo con los trastabilleos de un fortísimo sustrato japonés. Los problemas de Fujimori con el idioma no le impidieron ganar la elección, y quizás hasta lo ayudaron.
¿Qué ha sucedido en esta segunda vuelta? El castellano limeño de Keiko Fujimori ha estado en todo momento cargado de un tono impostado, como un lenguaje de campaña. Mientras que el obvio acento provinciano de Pedro Castillo, a pesar de los problemas que le hemos oído, ha sido menos artificioso. Una diferencia subliminal que quizás no ha sido decisiva, pero sí importante.



