Esta es la semana donde diversos estudios indican que un 20 a 30 por ciento decide su voto. No es porque se dejen las cosas para el final por irresponsabilidad. Es que muchos desconfían de lo que se promete. Nadie invierte tiempo en algo que percibe de bajo valor. Es como si te obligaran a ir a comprar a una tienda donde sospechas que todo lo que ofrecen viene con fallas.
¿Exagero? Todos los últimos presidentes están vinculados de una u otra manera a procesos judiciales, las denuncias en el Congreso se cubren y aplazan a más no poder, gobernadores y alcaldes andan envueltos en denuncias por corrupción. Un largo etcétera está a la base de esa actitud. Eso es lo aprendido y se transmite de unos a otros. Nada más democrático que la sospecha ciudadana frente a una débil oferta. Diversos estudios indican que sí hay un apoyo general a la democracia, pero una baja satisfacción con la misma. La dificultad para que esto se canalice (reto de partidos, movimientos sociales, organizaciones diversas) nos ha llevado al desenganche conocido.
Nos quejamos de la fragmentación del voto en las elecciones presidenciales. Esto ya venía ocurriendo en las elecciones regionales. Quienes ganan en comicios subnacionales lo hacen con bajos porcentajes y suelen ser grupos locales. Las que se suele llamar agrupaciones nacionales solo están presentes en algunas zonas y con éxito diverso. Todo ese drama local arribó a la principal elección del país. Las últimas encuestas muestran de cuatro a cinco candidatos empatados en la desconfianza. En la última encuesta del IEP, un 44 por ciento dice que tiene decidido el voto, pero podría cambiarlo o no lo ha decidido todavía.
No hay que olvidar esta semana que tan o más importante que elegir presidente es el voto por el Congreso. Muchos de los actuales postulantes a la plaza Bolívar se inscribieron solo días antes de la fecha límite. Una porción de ellos son personajes que van saltando de una a otra agrupación, no siempre en procesos continuos, para canalizar un interés particular, alejado del bien común. Otros responden al cacique partidario del momento. No será el caso de todos, pero si la agenda es de corto plazo, llegan al hemiciclo con determinados encargos y poco interés en desarrollar partidos. Si algo hay que mirar en estos días, en cada región, es quiénes están candidateando al parlamento y hacer el esfuerzo por escoger a los que mejor evaluemos. Lo peor es votar en blanco o viciar el voto, porque eso solo favorecerá la fragmentación. Pensemos tres veces en esta parte del voto.
Cuando uno pregunta a la gente qué entiende por honestidad en política, la respuesta suele ser que es cumplir con lo que se promete. También se vincula con probidad, pero la asociación es mayor con ejecutar lo ofrecido. Como la experiencia es que se hace otra cosa luego de ser elegido, la gente no presta mayor atención ni tiempo a propuestas de gobierno.
Los peruanos, en particular en esta fase de la campaña, nos convertimos en lectores de señales. Es un proceso complicado porque el bajo interés lleva a la baja información y si se argumenta que hay que informarse de las propuestas, la respuesta de muchos es, ¿para qué si después hacen otra cosa? La atención está en el personaje, si es confiable o no, los temores o estereotipos asociados y qué hace el candidato para combatirlos. Es el momento de los miedos, los antis y el reto a la capacidad de los equipos de comunicación, y los candidatos, para manejar los tiempos y la velocidad de reacciones.
La capacidad de conectar desde los propios afectos y convicciones luchará para abrirse paso en una vorágine mediática donde ya no pesan tantos los medios masivos, pero donde son todavía una fuente de información importante para justamente ese sector de la población más desenganchada. Días intensos.
Elecciones 2021
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