En la actual campaña electoral, la mano dura se viene invocando como una razón para votar, de manera explícita o implícita, por más de un candidato. ¿Quiénes son las personas que dan importancia a ese estilo? ¿Qué significa para la población gobernar con mano dura? ¿Influye en el elector al momento de votar?
En diferentes momentos se ha indagado en la población sobre las actitudes hacia esta propuesta. Por ejemplo, en febrero del 2020 el Instituto de Estudios Peruanos (IEP) preguntó, de manera dicotómica, si “… prefiere para gobernar el país, un estilo más de “mano dura” o un estilo más democrático?”. La respuesta fue un empate técnico que divide a la población (51% a favor de la mano dura y 46% respaldando un estilo democrático). Tomando en cuenta solo a los que favorecen este estilo, se observa que hay una mayor proporción de personas de los niveles socioeconómicos (NSE) de bajos recursos (un 56% de este grupo son personas de los NSE D/E), pero sobre todo hay una fuerte presencia de personas que viven en el interior del país (70%). Otra variable asociada a este tipo de preferencias es el tipo de actividad laboral. Entre quienes apuestan a este tipo de mano hay una mayor proporción de quienes trabajan como independientes. En síntesis, al interior de este grupo actitudinal hay mayor presencia de personas del interior, de bajos recursos económicos y que se desempeñan como independientes.
¿Y qué entiende la gente por estas palabras? Durante mucho tiempo el sentido común ha asociado el término a un comportamiento autoritario, pero los estudios indican que la interpretación ciudadana es algo más matizada. En el mencionado estudio del IEP la gente lo asocia con términos que están más vinculados con el ejercicio de la autoridad que al autoritarismo. Alrededor de un 40% vinculó mano dura con “un gobierno justo”, “…donde las normas y leyes se cumplan”, “firme”, “que enfrente la corrupción”, “que ponga orden”. Solo una cuarta parte lo asoció con un gobierno militar. En un estudio que realicé sobre cultura política en Lima en el 2015, además de encontrar resultados semejantes al descrito, se preguntó con qué tipo de problemas se asociaba más una solución de “mano dura” y con cuáles menos. La mano dura en un gobierno elegido democráticamente, en la mirada ciudadana, se asociaba como la mejor solución para problemas como la corrupción o la delincuencia. En general, ahí donde se percibía falta de autoridad u orden. Sin embargo, cuando se preguntaba qué tipo de gobierno podía ser más eficiente para resolver los problemas de salud, educación y económicos que vive el país, la gente valoraba más un estilo democrático con mayor participación ciudadana. En esos casos, la mayoría percibía que la mano dura no era una opción.
Ese apoyo puede ser un reclamo de justicia que demanda más democracia (entendiendo que la gente entiende democracia como un régimen donde la ley se cumpla para todos por igual), pero es cierto que se tiene que explorar más si no supone también una mayor laxitud con relación a la institucionalidad de la democracia representativa y, más bien, una mayor cercanía con lo que algunos llaman democracia iliberal.
¿Qué relación hay entre esta actitud y el voto? Da la impresión de que no mucha. En el estudio mencionado del IEP, cuando se preguntó por el interés por la política, casi dos tercios de este segmento dijo tener poco o ningún interés por estos temas. Además, fueron las personas que en mayor proporción decidieron la última semana qué hacer (58%). Cuando se preguntó por qué agrupación votó en las últimas elecciones al Congreso, no se observó que esta característica haya impulsado el voto por algún grupo en particular. Los partidarios de esta estuvieron presentes por igual en todas las agrupaciones. Es poco probable que esta actitud, al menos por sí sola, sea un factor que motive la decisión electoral.
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