Santiago Dammert
El discurso desde el gobierno con respecto a los espacios públicos ha sido por mucho tiempo inexistente, y la inversión en ellos también. Vivimos en ciudades con angostas veredas de apenas 1.20m, y con un enorme déficit de áreas recreativas. La pandemia ha convertido a los espacios abiertos en los únicos lugares donde, armados de una mascarilla y a sana distancia, es posible mantener una semblanza de normalidad. Muchas personas que no solían utilizar nuestras calles y parques están volcándose hacia los espacios abiertos ante la necesidad de salir de casa.
Las medidas dictadas por el gobierno son paradójicas. Por un lado se nos impulsa a consumir en restaurantes para “reactivar la economía”, pero se han tomado pocas acciones para habilitar los espacios públicos frente a las nuevas condiciones. Nuestras veredas siguen igual de inadecuadas, obligando a los peatones a chocarse los unos con los otros, y nuestros parques siguen presentando insuficiencias. Muchos están enrejados y la mayoría se encuentran descuidados.
La situación se ve agravada si tomamos en consideración las desigualdades urbanas que estructuran nuestra ciudad. Distritos como San Isidro y Miraflores tienen 22m2 y 13.8m2 de áreas verdes por habitante respectivamente, mientras Breña y Puente Piedra con las justas llegan a 1m2. Villa María del Triunfo, un distrito con casi 400,000 habitantes, cuenta con apenas 0.37m2. Además, muchos de los distritos con peores dotaciones de espacios de esparcimiento son los que a su vez tienen las viviendas más precarias, donde se hace más necesaria la presencia de espacios públicos de calidad. Estos datos son sumamente preocupantes, pero no son nuevos. Con la pandemia han cobrado un nuevo significado y sentido de urgencia, y sorprende la ausencia de una estrategia transversal que busque remediar este grave déficit.
En junio, como parte del paquete de reactivación económica, el gobierno anunció un ambicioso plan de inversión pública por un valor de más de 6 billones de soles. De estos, 937 millones estarían destinados a la construcción y mejoramiento de pistas y veredas. Hasta el día de hoy, una gran parte de los proyectos de inversión pública en el espacio urbano suelen involucrar un simple parchado o renovación de la capa asfáltica, y a lo mucho una cancha de cemento con un par de graderías. Hoy más que nunca, esto ya no es suficiente. No nos queda otra que preguntarnos, ¿cómo van a ser los nuevos espacios públicos? y más importante aún, ¿cómo queremos que sean? ¿Estamos dispuestos a seguir aceptando pistas anchísimas y veredas donde apenas entran dos peatones, o queremos una nueva visión para nuestros espacios compartidos?
En ese sentido, iniciativas como los Parques Bicentenario, que buscan dotar a todas las capitales regionales de un gran parque, son pasos en la dirección correcta. Los espacios públicos no solo tienen una importancia recreativa, sino simbólica: son lugares donde nos reconocemos como ciudadanos y donde es posible una igualdad de acceso difícil de replicar en otros ámbitos de la sociedad. Es nuestro derecho exigir una ciudad digna de nosotros, con espacios públicos que nos llenen de orgullo y hagan más llevadera la actual crisis.
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