En el terremoto de 1974 mis hermanas y yo estábamos en la carretera central rumbo a Santa Clara en el Volkswagen de una tía que nos llevaba de paseo a su casa. El carro, detenido ante la estampida de gente, saltaba. Los cables de alta tensión hacían ondas tan grandes que casi besaban el suelo. Avanzamos entre tapias caídas y destrucción por doquier. Cuando llegamos, el daño era grande. El techo se había venido abajo. No recuerdo cuánto se había destrozado, que era mucho, pero recuerdo las tejas reventadas por todas partes. Los vecinos andaban igual de mal. En ese ambiente de desolación me dieron mi primera lección de sobrevivencia. Recuerdo los abrazos y a los mayores diciendo: “lo importante es que nadie está herido, todos logramos salir”.
¿Cómo hicieron para que el techo no les cayera encima? Salieron por la puerta trasera. No podían salvar la casa, pero podían salvar sus vidas. ¿Había otras opciones? Tal vez un mejor escape, con menos peligro, con más tiempo para evacuar. De hecho, una mejor construcción hubiera mitigado el daño. Pero en una emergencia no tienes ni esa construcción previa, ni tiempo, ni información y decides con lo que tienes a la mano, que nunca alcanza y nunca consigue un resultado perfecto.
Hay dos formas de enfrentar una desgracia. Te enfocas en lo que perdiste para quedarte ahí o te enfocas en lo que salvaste. Solo si logras lo segundo, luego del duelo de lo primero, puedes reconstruir. La pandemia es ese techo que nos cayó encima. No todos pudieron correr, pero los que se salvaron y que ahora miran las ruinas deben reconstruir desde lo que se pudo salvar. A nadie se le ocurriría ponerle dinamita a lo que queda y volarlo todo para empeorarlo, ¿verdad? Pero nuestro Congreso piensa distinto.
La economía peruana entró a una recesión forzada. ¿Pudo haberse parado menos actividades en marzo y abril? Sí. Así lo hicieron Chile y Colombia que no detuvieron actividades extractivas poco intensivas en mano de obra, pero importantes para la recaudación. ¿Por qué se tomó una decisión tan radical? Porque el equipamiento sanitario del Perú era mínimo (basta comparar con Chile o Colombia) y primó la decisión sanitaria sobre la económica. Y también primó la ideología sobre la razón. El combo Zeballos-Zamora fue indetenible para el MEF. Fue un error caro. Se utilizó la puerta para escapar, pero no era la mejor puerta. El gobierno no reconoce ese error, lo excusa, pero no lo admite.
Sin embargo, ¿es la paralización minera o pesquera de marzo y abril lo que preocupa al Congreso? ¿Los perturba la caída de la recaudación? ¿Será acaso que no los dejan dormir los niveles de endeudamiento público? ¿Les parece insostenible el déficit fiscal proyectado? Nada de eso. Las 82 preguntas de los dos pliegos hechos a la Ministra de Economía dicen mucho sobre quiénes son los que preguntan. En esto, el Congreso se ha lucido. Lugares comunes, ignorancia irreductible e ideología barata, se mezclan con el insulto abierto y la reiteración de la reiteración, de la reiteración. ¿Cuándo una pregunta tonta ha mejorado a punta de repetirla?
El show viene así. Un iluminado vocifera: “el MEF ha regalado millones a las gigantescas trasnacionales con el programa Reactiva mientras que los pequeños mueren de hambre”. Aplaude el corito. La ministra explica que los préstamos salen de la banca privada y que el Estado ha puesto cero soles. ¿Cero? “Sí, señores, cero”. Rugen: “¡mentira!” La ministra explica, no una sino seis veces lo mismo. Qué es salvar la mayor cantidad de empleos, qué es la cadena de pagos, qué es un préstamo, qué es liquidez, qué es un aval, las cifras, la morosidad esperada. Una y otra vez, Juanita con la canastita. Ya a la sexta, si no entiendes, ¿no deberías estar jalado? Pero no, en este juego extraño llamado Congreso, los que no pueden responder la pregunta son los que jalan a la profesora. Como lo lee.
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