Imagine un partido de fútbol donde, en los primeros minutos, los 22 jugadores se reúnen al centro de la cancha y deciden, por votación, que a partir de ese momento los goles se pueden meter con la mano. Protesta un arquero, dos jugadores no dicen nada, pero los demás están de acuerdo y siguen jugando. Al primer gol con la mano, los jugadores alegan que sí vale y que no es su problema que esa no sea la regla porque estas “no están escritas en piedra” y a la gente le gusta ver más goles. El público reclama airado y el árbitro decide anular todo el partido. Los jugadores le dicen al árbitro que está sesgado a favor de la FIFA, que es un ocioso y que no tiene sensibilidad social. Así las cosas, botan al árbitro y traen a uno que les acomoda.
¿Le parece un disparate? Sin duda lo es. Pero, aunque sea difícil de creer, es exactamente lo que viene haciendo el Congreso peruano. Reglas absolutamente claras como “por ley no se modifican contratos”, “los congresistas no pueden crear o aumentar gasto público” o “los fondos de pensiones son intangibles” les importan menos que absolutamente nada. Ellos hacen sus propias reglas, juegan su propio partido y ahora, faltaba más, quieren poner su propio árbitro.
Sin embargo, a diferencia del fútbol, esto no es un juego. Los partidos políticos presentan cuadros de una ignorancia supina que supera las peores formas de estulticia que ha exhibido el Congreso en los últimos 20 años. Estamos hablando de promotores del dióxido de cloro en diversas comisiones parlamentarias o de la teoría original del congresista Arapa que señala que el presidente Vizcarra bombardea Puno con el virus del Covid con avionetas y drones. Este grupo parlamentario es la prueba de que siempre se puede llegar más bajo. Que quede claro que la ignorancia no es ofensa. La ofensa está en no tener la humildad de reconocer que, siendo ignorante, lo mejor es aprender primero, sobre todo si el bienestar de millones de personas está en tus manos.
Repetidores de insufribles lugares comunes, interminables cacofonías que obligan a poner el volumen del televisor en silencio, voces que gritan mentiras abyectas sobre todos y contra todos que quedan flotando impunes. Eso es el Congreso hoy, y hasta eso, en medio de la mayor desesperanza, se puede tolerar. Lo que es insufrible es que hay un grupo de congresistas bien formados, con mucho estudio superior, experiencia pública y privada, inteligentes y extremadamente astutos que hacen lo que hacen porque está en su naturaleza favorecerse a ellos mismos. Esa es su única agenda. Meten gol con la mano para que el pueblo se los celebre. Y, a veces, para mal de muchos más, lo consiguen.
En los últimos días el Congreso ha desplegado una estrategia erga omnes. Se ha peleado con todos. Sin duda, con el Ejecutivo con el que mantiene larga bronca. Pero ha añadido a la Contraloría, la Defensoría y al Tribunal Constitucional. Con el tema de pensiones han protestado, con toda razón, los propios pensionistas, las centrales sindicales y hasta la Iglesia católica. No hay un académico serio en el Perú que aplauda este nuevo fútbol de tan caprichosas reglas. Pero persisten.
Cabe destacar que el daño económico por la suspensión de peajes ya está hecho. Lo único a determinar es el monto exacto. ¿Algún partido ha pedido perdón al país por un costo que tendremos que pagar todos? ¿Alguno de sus candidatos presidenciales? ¿Los miembros de las bancadas? Ninguno. El TC les recordó, 7 a 0, que no se meten goles con la mano. Pero nadie asume la responsabilidad.
Viene un proceso electoral. De los 9 partidos en el Congreso, no hay ni uno que se salve: no lo olviden a la hora del premio o del castigo con su voto en abril.
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