Hace poco menos de dos años este diario tuvo la gentileza de invitarme a publicar mis ideas y opiniones semanalmente. Ha sido para mí un gran honor compartir páginas con peruanos y peruanas con los que estoy algunas veces de acuerdo y otras no, pero con los que –creo– comparto un valor: la creencia incontestable de que las voces deben ser todas escuchadas y las opiniones contrapuestas. La convicción de que el debate alturado es el camino más corto hacia la tolerancia y a la empatía. Y así, a la libertad. Este espacio ha buscado ser eso: una tribuna para defender a la libertad en todas sus manifestaciones. Por los mismos argumentos con los que la libertad del individuo de hacer con su cuerpo y su vida lo que mejor le parezca sin afectar a terceros es que se ha sustentado la necesidad de que esos mismos individuos puedan tener la mayor libertad posible para disponer del dinero que su trabajo genera y para poder disponer de su propiedad como una manifestación de este trabajo. Así, cada semana la libertad, la paz y la propiedad privada han sido los fines últimos de cada frase. La libertad de prensa, que aquí siempre he podido ejercer con tranquilidad irrestricta, es una garantía de que los valores anteriores existan. Esta es la última columna que escribo en La República. No quería terminarla sin agradecer a quienes me dieron la oportunidad de compartir con ustedes, los lectores, tantas semanas. Menos quería terminarla sin agradecerles a ustedes, quienes me han leído, por darme la oportunidad de proponerles ideas y perspectivas. Muchas gracias entonces y no me caben dudas de que este espacio quedará en manos de alguien que aporte, desde sus propios ideales, con pasión y coraje al debate periodístico que tan importante es para nuestro país. Al ritmo de Gardel, entonces, me despido agradecido. ¡Adiós muchachos! Esta ha sido una tribuna para defender la libertad en todas sus manifestaciones.